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Tiempo e historia en “Corona de sombra”

¿Qué es el tiempo? ¿Puede el tiempo medirse sin movimiento? ¿Cómo dilatar el tiempo? ¿Cómo romper la cronología histórica? ¿Cómo asumir los errores que la Historia te obliga a mirar?

Existen hechos, y hombres que los interpretan; la historia, no obstante, es pasado muerto, a menos que se vuelva anti-histórica. Así como lo expresara Friedrich Nietzsche:

“sólo si la historia soporta transformarse en obra de arte, es decir, transformarse en una creación artística, podrá quizás mantener o incluso despertar instintos”.

Friedrich Nietzsche, De la utilidad y de los perjuicios de la historia para la vida, Madrid, Biblioteca nueva, 1999, p. 96.

Por ello, Nietzsche hace la crítica al hombre moderno que se ha vuelto espectador de la exposición de la historia universal: “¡Casi parece que la tarea consiste en vigilar a la historia a fin de que, de ella, no salga nada, excepto más historia, pero nunca acontecimientos!” (Ibid., p. 78). La historia debería mostrarnos el pasado como inspiración para las grandes obras, y no ser un peso muerto para el bagaje intelectual, en cierto sentido, la historia debería impulsarnos a la acción, empujarnos hacia otro destino.

Corona de Sombra es definida por su autor, Rodolgo Usigli, como pieza antihistórica, él mismo señala:

“no porque pretendiera yo cambiar la historia sino simplemente enfocarla desde una perspectiva más afín con la sensibilidad evolucionada de nuestro tiempo y emplazarla dentro de límites estrictamente teatrales”.

Rodolfo Usigli, “Presencia de Juárez en el Teatro Universal (una paradoja)” en Teatro completo IV. México, FCE, 1996, p. 403.

También cita las palabras de Lesing:

“… Pues el poeta dramático no es historiador, no nos relata lo que se creyó que alguna vez había sucedido, sino que realmente vuelve a producirlo ante nuestros ojos, y vuelve a producirlo no a causa de la mera verdad histórica sino para un propósito totalmente diferente y más noble”.

Ibidem.

Contra lo histórico, decía Nietzsche, el remedio es lo ahistórico y lo suprahistórico,  el arte es la fuerza que da vida a la historia. Usigli confiesa, en el prólogo, que escribió la obra de teatro por un impulso; así, ha dado vida, ha creado una obra de teatro antihistórica, que al re-presentar la historia de Maximiliano y Carlota, nos permite regresar a la pregunta inicial: ¿qué es el tiempo?, y entonces cuestionar: ¿qué es la historia?

I. ¿Qué es la historia? ¿Qué es el tiempo?

Es 1927, un historiador y el portero de un castillo, entran a hurtadillas sobre el escenario. Un salón doble, que hace las veces de presente y pasado, un lugar que se funde con la oscuridad que deja las transiciones del telón. El historiador esperando ver a Carlota, el portero evitando que suceda; el olvido del historiador del libro Historia de México, mientras corre a esconderse atrás de unas cortinas, dispara el recuerdo de la anciana que alguna vez fue Emperatriz de México, después el encuentro con la imagen de Juárez…

Carlota tiene algo que decirle al Emperador, pero sólo a él, insiste en verlo en media hora:

“Yo dije media hora, pero no ha pasado tanto tiempo. Sin embargo, parece que ha pasado tanto tiempo. ¿Y qué es el tiempo? ¿Dónde está el tiempo? ¿Dónde lo guardan? ¿Quién lo guarda?”.

Rodolfo Usigli, “Corona de sombra” en Teatro completo II, México, FCE, 1997 [1ª ed., 2ª reimp.], p. 158.

El tiempo, flor marchita que ha sido pisoteada por el hombre, y cuando éste da cuenta de su valor, intenta revivirla sin encontrar remedio. ¿Qué es lo que angustia a Carlota? ¿Qué es lo que tiene que decir? ¿Por qué la insistencia en el tiempo? Las respuestas se irán desenvolviendo a lo largo de la obra. Luego una confesión:

“Por eso he callado durante todo el viaje –un viaje tan largo que parecía que no alcanzaría el tiempo para hacerlo. Pero el tiempo está guardado. Yo sé dónde está el tiempo. Pero no puedo decirlo. Sólo a Su Majestad el Emperador. Decidle que venga pronto. Id, id ya”.

Usigli, “Corona de sombra”, pp. 158-159.

Un secreto guardado celosamente a través del tiempo.

¿Dónde está el tiempo? Carlota responde en sus desvaríos: “Max, Max, Max. El tiempo está en el mar, naturalmente. No cabría en otra parte. Lo descubrí al hacer el viaje de regreso” (Ibid., p. 159). ¿Dónde más podría estar el tiempo, sino en el mar? El mar que es el tiempo, en las aguas de la locura, donde todo fluye a su propio ritmo. Ella insiste: “Tenemos mucho tiempo, pero no debemos perder un minuto” (ibidem). El tiempo infinito de la locura y la acción sin postergar que exige la historia, se conjugan en un mismo lugar.

Carlota demanda luces, nada la alumbra, vive en la oscuridad; la luz y la oscuridad jugarán un papel decisivo en la obra. Cuando se apagan las luces, la figura inmóvil del historiador, Erasmo, da vida al pasado. ¿Por qué no puede ver Carlota? El tiempo de Carlota es otro tiempo. En 1864 –recuerda–  Maximiliano y ella eran los amantes más bellos de Europa, el mundo se abría a sus pies, hasta que llegó la invitación de los mexicanos para ocupar el trono, entonces, todo envileció los pensamientos.

Para 1927 mucho tiempo había pasado, el tiempo de las reflexiones que se arrojan sobre los corredores de la memoria, pero el tiempo interno no es histórico, tiene sus propias leyes. En cierto sentido los hombres son juguetes del tiempo, sin embargo, sólo la locura puede atravesar el tiempo a su antojo. Carlota puede usar en 1927 un traje azul de 1866 y regresar a 1864. Cuando se abre la escena para volver a su pasado, descorre las cortinas, como se corre el velo del alma; ella quiere ver, lo que necesita ver.

El recuerdo, verdugo de los hombres. ¿Para qué querer manejar el tiempo? ¿Por qué la insistencia de Carlota? Hay un deseo intrínseco por cambiar la historia, cambiar los errores, reunir los amores. El encuentro tan esperado de dos hombres que tenían la posibilidad de México en sus manos, sólo podría ser posible con la alteración del tiempo. Juárez (o su imagen en Erasmo) y Maximiliano, la noche y el día, dos hombres arquetípicos de su cultura, se reúnen en el tiempo interno de la mente de una mujer.

El autor de la obra presenta a Maximiliano, ligado al amor, mientras a Carlota con la ambición. La arrogancia, el poder, el destino que se cree merecedor de todo, se conjuntan también con los laberintos del tiempo. Carlota es el artífice del destino de Max y ella, y de quienes están bajo su sombra.

Cuando Max duda sobre su llegada a tierras mexicanas, Carlota relaciona el poder con la gloria y la felicidad: “El poder sería nuestro tiempo […] ¿No crees que es nuestro destino que aparece al fin?” (Ibid., p. 162). Max, sin embargo, muestra una visión más crítica: “El poder no dura, no es más que una luz prestada por un poco tiempo al hombre. Una luz que se apaga cuando el hombre trata de retenerla demasiado” (ibidem). Como presagio, esa luz se apagará.

La historia es la lucha por el poder. Max y Carlota lo saben. La historia de Europa, es la historia de las Coronas. La sangre real siempre derramada para sustentar el poder, y la sangre de los pueblos para legitimarla. Maximiliano, antes de viajar, sabe cuál debe ser su destino: “Si fuéramos a México como conquistadores, tendríamos que regar nuestras raíces con sangre, y yo no nací para derramar la sangre de los hombres” (Ibid., p. 163). Así lo único que le queda decirle  a Carlota antes de partir hacia tierra americana es: “¿No te das cuenta que todo es un sueño?” (Ibid., p. 164).

Difícil es pretender tomar una decisión cuando se está en el centro de la Historia, aún sin saberlo. El país del sol, como lo define Carlota –o el país de Quetzalcóatl, cuyo relato mítico explica el anhelo por el regreso de la divinidad, ya no es suficiente, hace mucho que Cortés pisó tierra a lado de Alvarado, confundido con Tonatiuh– México no espera a Maximiliano ni tampoco él es el sol. Max pretende “un imperio en el que cada quien haga lo que debe hacer” (Ibid., p. 165), una república griega, donde la perfección es la que gobierna, pero él dice: “Democracia es la respuesta”. Un planteamiento liberal, que no parece estar en sintonía con la monarquía.

Lo que encuentra la pareja al desembarcar es el odio. Al viajar por Veracruz, alguien grita en apoyo a Juárez, por lo que Carlota comienza a odiar una imagen, un hombre que representa el peligro a su joven imperio. El odio de Miramón por los indios cuando relata su sueño: “Y vi que el indio había tomado el lugar del blanco” (Ibid., p. 167). Un odio milenario que será difícil subsanar, pero en el que está implícito el problema del poder, ¿quién deberá sustentarlo? Y Miramón señala, lo que el criollismo ha defendido: “hombres blancos que somos tan mexicanos como el indio o más” (ibidem). Carlota también creyó, como los europeos, que los americanos eran una raza inferior.

Usigli coloca en la obra elementos simbólicos, que fuera de ser propios del teatro, lo da la historia misma, como tres personajes unidos que representan arquetipos de la lucha por la mexicanidad: Maximiliano (europeo, blanco), Miramón (europeo americano, o criollo) y Tomás Mejía (indio), y ¿el mexicano mestizo? Este personaje, en el siglo XIX, apenas está por definirse protagónico; ¿el negro?, la historia del siglo de las luces lo hizo desaparecer.

Carlota en la locura de su tiempo, intuye que es la última oportunidad, la última de remediar el pasado. El  primer acto termina cuando apaga las luces y se funde en un sueño, los velones se apagan, y como auguró Max, el sueño (el poder) comienza.

II. ¿De qué puede el deseo del poder?

El poder, una seducción eterna del hombre. Max quiere salvar a Juárez, ese es su propósito, ¿acaso también su destino? Pero Carlota comprende que de ayudar a Juárez perderían el poder. En cierto modo, todo amenaza a su reino. Cuando Bazaine anuncia la retirada del ejército francés, la pareja imperial sabe que no podrá sobrevivir sin el apoyo de Napoleón, se quedarán solos, sin embargo, es demasiado tarde para la Emperatriz, está enferma de la potestad del trono.

La alternativa es abdicar o morir, pero abdicar sería regresar a Europa con la humillación de una corona perdida, serían el hazmerreír. Carlota expresa su angustia: “Pero el poder ha cubierto mi cuerpo como una enredadera, y no me deja salir ya, y si me moviera yo, me estrangularía. No puedo perder el poder” (Ibid., p. 180).

No es sólo la ambición de una mujer, es la naturaleza de la humanidad, ¿cuántos dictadores, emperadores, líderes, reyes, presidentes se han negado a dejar el mandato? ¿Cuántos hombres pequeños o grandes, se han opuesto a dejar un gobierno por pequeño o grande que sea considerado? ¿Cuántos capaces de arrepentirse de sus atrocidades?

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Carlota vive en la oscuridad, mira la imagen de Juárez en Erasmo y necesita explicarle que no lo odia, ya no lo odia, pero todavía más, requiere explicar: “Entonces vino la última noche. Luces. ¿Dónde están las luces? La última noche” (Ibid., p. 182). La noche en que tuvo que separarse, en que vio por última vez a Max, en la que tuvo que partir al viejo continente para pedir ayuda a Napoleón, al Papa y a quien quisiera escucharla.

Carlota y Max intentan tener un encuentro de amantes, como el que tuvieron la primera noche en que llegaron, caminando por el bosque de Chapultepec, pero los pendientes del Emperador les hace separarse, prometiéndose verse en media hora, lo que no se concreta. Luego hacen un juramento para reencontrarse en la noche, al regreso de Carlota, en el bosque. Por supuesto, tal suceso no llegó.

Ante la negativa de Napoleón para ayudarla, comienza su desvarío, cree haber sido envenenada con la naranjada que le dan en palacio. Veneno que siente correr por su cuerpo. Bien podría ser el veneno del poder, pues se da cuenta, que sólo fueron peones, que Max tenía razón, siempre fue Napoleón el que estuvo detrás del trono imperial de México.

Acude al Papa por un concordato, pero éste sólo le da largas, luego le ofrece la razón de la corona de sombras: “Los tronos temporales son de ceniza y las coronas son de humo. El hombre es una sombra por la que pasan brevemente la sangre y el sol de la vida” (Ibid., p. 198).El hombre es una sombra del tiempo, pero la Emperatriz lo descubre conforme va enloqueciendo, con ello, también desentraña el tiempo en el mar, así exclama: “¿Cómo podría yo llegar al otro extremo del barco?” (ibidem).

¿Cuál es la distancia que separa al barco? Sólo la distancia puede medirse; el tiempo, no. Por ello la medida universal es el metro. Carlota, ante el Papa, agrega: “Tengo confianza, pero no hay tiempo que perder. Busco por dondequiera y no encuentro tiempo ya –ni un minuto, ni una migaja de tiempo para nosotros” (Ibid., p. 199).

La condena ha caído sobre la pareja imperial, el tiempo que debe obtener se encuentra en la ayuda que pueda conseguir. Un peso demasiado grande sobre sus hombros. ¿Quién puede sentir la angustia de la muerte de sus seres amados por sus decisiones? Sólo le queda buscar tiempo… ¿Quién lo guarda? Carlota sabe quién guarda el tiempo, sabe dónde está. El tiempo es guardado por los hombres.

La Emperatriz suplica por el trono hecho de cenizas, le dice a Su Santidad: “se trata de nuestro poder”. La vida y el poder son uno, el barco que surca los mares los está separando. La locura le hace tener claridad de la historia: “Tengo que volver a él, tengo que verlo en seguida –tengo una idea, la única idea de salvación. ¡Pronto! Decid a Su Majestad el Emperador que necesito hablarle luego. Es urgente” (Ibid., p. 202).

Ella posee la corona de espinas y de sombras, de sacrificio y recuerdos, antes de caer en la oscuridad, repite: “¡Este barco tan largo! ¿Habéis avisado a Su Majestad el Emperador que lo espero?” (ibidem). El barco es tan largo, ¿el barco es la historia? ¿Qué es la historia? ¿Quiénes los hombres que la protagonizan?

III. El tiempo y la historia se encuentran

Hay que recordar el inicio de la obra, Carlota, en 1927, menciona: “Creí que no llegaría nunca. ¿Por qué estoy tan fatigada?” (Ibid., p. 156). Ahora, estas palabras cobran sentido, ha sido un largo viaje el que ha hecho, atravesó el mar del tiempo, llegó al punto de partida, del que no debió salir. Ha vuelto al año 1866, quebrantando las leyes de la razón.

Carlota recuerda, está en el Castillo de Miramar en 1866, y pide ¡Luces! Hace grandes esfuerzos por callar, aunque dice la ama de llaves: “parece estar despierta siempre” (Ibid., p. 203) y lo que anota el alienista es que se encuentra en un tiempo perdido, pero hay algo de razón en las palabras de la Emperatriz: “¿Quién vela en ese castillo? No sé ya cuál castillo es ni quién está en él. ¡Tantos castillos!” (ibidem). Tantos castillos, como gobiernos, toda la historia es una, la historia de la sangre por el poder. ¿Cuál es la luz que busca Carlota? Ella menciona: “No puedo ver sin luces” (Ibid, p. 205) aunque todo el tiempo le están trayendo más velones.

El alienista dice que ella mira hacia otro lado, y es cuando ella decide guardar un secreto: “He jurado que no hablaría” (Ibid, p. 206), cree tener el concordato en un papel en blanco. La luz, sin embargo, ya está clara, por lo menos se asoma la idea de lo que es: “He pedido luces, pero nadie quiere traerlas ya. Ellos se niegan siempre” (Ibid., p. 207.).

Por ello, señala: “Hace ya mucho tiempo que espero en la oscuridad” (ibidem). Esperar en la oscuridad, es hacerlo en un lugar sin tiempo, quienes guardan el tiempo, guardan la luz. Aunque nadie lo perciba, ella lo sabe, se ha traicionado al hablar demasiado: “Ahora todos conocen mis pensamientos” (ibid., p. 209).

Si bien, el alienista dice que la Emperatriz ha perdido la noción de lugar, puede ser que haya perdido más, ganando tiempo, por ello Carlota se pregunta ¿qué ha pedido?, la primera escena del tercer acto, termina: “Se me ha olvidado” (ibid., p. 210). Al regresar al año 1927, inicia la segunda escena con la palabra “Olvidado”, entonces recuerda el papel con orla de luto y comienza a oír el ruido de la historia. Erasmo va enumerando fechas, las guerras y las muertes. Carlota despierta bruscamente en el tiempo de la vejez.

El papel que había olvidado es la Carta de 1868 en la que anuncia su pesar por la muerte de su querido Max. Y sólo le queda sentenciar: “Sesenta años. Sesenta años he llevado en mi cabeza esta pesada corona de sombra […] sesenta años de locura son más largos que toda la razón humana”( (ibid., p. 214). La corona de sombra, de recuerdos, los fantasmas que le han sido atados durante sesenta años, pues descubre que todos han muerto, menos ella.

Erasmo le relata la muerte de Maximiliano, y en éste se puede notar que Max entendió su personaje en el mundo: “Pero ahora sé que el mar se parece demasiado a la vida, y que su única misión es conducir al hombre a la tierra, tal como la misión de la vida es llevar al hombre a la muerte. Pero ahora sé que el hombre debe regresar siempre a la tierra […]” (ibid., p. 216). La vida es la fábrica de la muerte, el mar y la vida son una misma, como la tierra y la muerte; el barco es la historia que surca entre uno y otro extremo.

El sol entra por la celda de Max, cuando éste sale para ir al encuentro de su destino forjado. Pronto Carlota también podrá ver: “La luz que me faltaba”. Erasmo le dice a la anciana, que gracias a Maximiliano, México aprendió una lección. Sí, ahora comprendemos que Carlota tiene poco tiempo, ¿qué debe decirle al Emperador? Que se cumplió el destino trazado por los hombres.

Juárez hubiera muerto antes sin la intervención de Maximiliano, por ende, lo que tiene que decirle a su amado, es lo que le ha dicho Erasmo, es la razón del mundo, de la historia, del tiempo. Carlota se queda sola y cumple la promesa hecha, la media hora prolongada para la cita se cumple: “Ya podéis apagar esas luces. En el bosque, Max. Ya estamos en el bosque” (ibid., p. 221).

Usigli conjunta la oscuridad y la luz, el tiempo y la historia, en una pieza antihistórica. El autor nos ha dado una lección de historia. Erasmo también despertó de la oscuridad, quien se ve como una planta parásita, una sombra, una mirada de México: “Yo no soy más que un historiador, una planta parásita brotada de otras plantas –de los hombres que hacen la historia” (ibid., p. 215).

Varios símbolos de interpretación surgen de Erasmo, el que “tiene por rostro una máscara de indudable origen zapoteca” (ibid., p. 149), ¿por qué veía tanto su muñeca? El historiador entra a escena en el primer acto, y a los pocos minutos el autor indica que constantemente mira por debajo de su manga, luego, entendemos por qué; mira su reloj, ¿por qué la prisa? Cuando sale, después de despedirse de Carlota, en la última escena, hace lo mismo. Además, ¿cuál es la figura de Juárez que se simboliza a través de él?

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Corona de sombra

Usigli nos permite entender que el historiador es el redactor de las sombras, el redactor del tiempo; también, que hay hombres que hacen la historia, otros que la escriben, otros que sólo la observan, y otros que impulsan las acciones que la conformarán. Hay momentos en que hay que elegir el tipo de persona que se quiere ser. Esto es lo que se define como una obra estética que despierta los instintos.

El autor escribirá para Corona de fuego: “El teatro no es historia. Una pieza histórica, si es buena, puede ser una lección de historia, nunca una clase de historia” (ibid., p. 774). No se trata de escribir la historia, ni ser un historiador, sino un artista, dar vida a la cultura. Cabe aquí para terminar recoger las palabras de Usigli:

Hay en la literatura antipatías y admiraciones que no mueren con la época, o con las circunstancias, que les dan origen y que periódicamente resurgen de la ceniza del tiempo humano con el empuje de pasiones nuevas e inagotables.

Hay destinos literarios irredimibles, que no se puede ahondar sin estremecimiento, de tal manera parecen inmunes a la consolación de relojes y calendarios, al olvido o al cambio, como su desenvolvieran su trayectoria en el tiempo extrahumano de un cuadrante astrológico y fatalista.

Rodolfo Usigli, “La proyección en el tiempo (1939-1948)” en Teatro completo IV. México, FCE, 1996, p. 275.

Encontrar en la historia, la pieza antihistórica, el impulso de creación para provocar reacciones y un nuevo destino histórico, es lo que Usigli hizo con Corona de sombra.

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Bibliografía

  • Nietzsche, Friedrich. De la utilidad y de los perjuicios de la historia para la vida. Madrid, Biblioteca nueva, 1999.
  • Penrose, Mehl. “La historia en dos obras de Rodolfo Usigli, o el juego entre la fantasía y la realidad” en Mester, Vol. XXVII, Los Ángeles, 1998, pp. 129-140.
  • Robb, Anthony J. “La metaficción historiográfica en Corona de sombra de Rodolfo Usigli: un cotejo de los ‘hechos’ durante el reino de Maximiliano en México” en Filología y Lingüística, tomo XXIX, España, 2003, pp. 129-145.
  • Usigli, Rodolfo. “Corona de sombra” en Teatro completo II. México, FCE, 1997, pp. 174-222. [1ª ed., 2ª reimp.]
  • Usigli, Rodolfo. “La proyección en el tiempo (1939-1948)” en Teatro completo IV. México, FCE, 1996, pp. 275-277.
  • Usigli, Rodolfo. “Presencia de Juárez en el Teatro Universal (una paradoja)” en Teatro completo IV. México, FCE, 1996, pp. 401-417.
  • Usigli. Rodolfo. “Imagen y prisma de México” en Teatro completo IV. México, FCE, 1996, pp. 377-400.

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