Imagen Panoptico

Una mirada disidente a la mirada abarcadora del panóptico

Es mi propósito indagar sobre el Panóptico de Jeremy Bentham, especialmente, el conflicto entre la prisión y la liberación, intentar encontrar algo que satisfaga a esta autora del miedo inefable del encierro: ¿a qué se confina el ser humano cuando no ha podido evitar la dominación y la sublevación?

Imagen Jeremy Bentham
Jeremy Bentham

Para concretarme al problema, parto del Panóptico, la historia y la literatura, me acompaño de Howard, Dostoievski, Víctor Hugo, Dumas, Gouncourt y Foucault, asimismo me concreto a los años más próximos a la vida de Bentham para comprender cómo y por qué se justifica su dispositivo en la época del autor (y quizá en nuestra época).

Sin embargo, cabe señalar que la mirada con la que se escribe este texto es disidente, en la medida que no compartiendo la idea de la utilidad económica del panóptico, busco tropezar con la respuesta que pueda desafiar la mirada abarcadora e insidiosa del Panóptico. Se quiere hallar otras posibilidades, aunque el pesimismo de la realidad vuelve a encontrar sus cauces.

Panóptico: una mirada disidente

Gobernados por un principio que nada le importa los asuntos de la imaginación. Comienzo este ensayo, con la preocupación personal, y ya casi paranoica, que tiene que ser que seas vigilado constantemente hasta el grado de tener miedo porque oigan hasta lo más íntimo de tus pensamientos, por el que la mirada abstracta de un sistema haga de ti un preso perenne y en el que el significado de la emancipación se vuelva un concepto insólito que se diluya en el tiempo de lo profano.

Jeremy Bentham ni siquiera pondría atención, en lo que para él sería una perorata romántica de una exposición contraria a su discurso. Discurso en el que la economía se salvaguarda en una construcción arquitectónica y en el que su benevolencia se inscribe en el funcionamiento de un dispositivo que podrá cubrir todas las esferas de la vida. ¡Dominación de la sociedad por la sociedad misma! ¿Pero cuál es la abstracta y cuál la que respira y vive? Se diluyen en una línea tenue.

Decir que una máquina marcha por sí determina un automatismo, pero no una independencia del hombre, la autonomía sólo viene cuando se separa de los valores morales y aún más de las decisiones corruptas que éste haga a favor de su interés personal. Y así, teniendo en cuenta que todo ser humano tiene un interés ¿cómo tener la certeza que la salud de la economía no se verá infectada por la lucha constante de pequeños intereses aun cuando haya una mirada omnipresente?

¿Acaso se sustituye la mirada de Dios por la de todos los hombres en conjunto y esto nos da la confianza de que será más eficaz? Los seres humanos tenemos distintos tipos de interés y no sólo el económico, y aunque este interés, del nombre que se le señale distinto al mencionado, no sea nombrado invariablemente influirá en aquél.

Con la distancia de los siglos sabemos que la implantación del panóptico se disemina entre todos los cuerpos pero que dista de la disciplina y el rigor de su autor, ¿qué fue entonces la resistencia que pugnaba?

Sería irrisorio que su mayor obstáculo fuese la economía misma del Estado –tengamos en cuenta que en costos inmediatos no era realizable y que fuera ello en el discurso oficial el desaliento para su aplicación-, sino que apelo a lo que precisamente él quiso negar, a lo que le restó importancia y, sin embargo, tan vasto para destruir cualquier economía.

Pensando en que tengo la atención por el rubro económico, pretendo sin descalificar totalmente al filósofo, sí encontrar puntos en el que este dispositivo analizado desde la prisión de los sistemas penitenciarios no distaría de la vida de la sociedad, una mirada pues disidente que intenta desafiar su mirada omnipresente.

Se ha dejado atrás el efecto teatral de la inquisición, también la relación mística entre el condenado y el verdugo –la flagelación de la carne dejará de ser el suplicio divino por mandato de rey o ya sea por aceptación del sufrimiento por envío de Dios-, la relación personal se transforma.

El panóptico es el proceso en el que el público y el condenado se verán por los instantes iniciales para después volverse impersonal. Está brecha que se abre formula una nueva concepción del espacio. Siempre ha habido cárceles, pero ahora cambiará la concepción del espacio en la penitenciaría para ser sólo una prueba de lo que el nuevo dispositivo es capaz de lograr en todos los niveles.

Las jerarquías de poder entre las personas, radicarán no en el poder en sí mismo, sino en la disciplina que hará funcionar la maquinaria. La política de los espacios es el manejo del espacio para sí, la incrustación de los individuos en espacios para ser manejados de la manera económica más conveniente, eliminando las pérdidas por malos manejos y negligencias.

En un espacio pequeño con una mayor vigilancia, el poder está intrínseco, diseminado y a la vez se amplifica. Es una disciplina perfecta en la medida en que el funcionamiento es articulado y continuo. El castigo se impersonaliza y la pérdida del poder de un sólo individuo con él.

La maquinaria es la disciplina en sí en donde la multitud se vuelve fruto de la coerción social, pues todo lo ve, dentro y fuera del panóptico hasta que no haya una distinción entre lo dentro y fuera sino una homogeneidad de miradas que se traspasan una a la otra porque todos se vigilan conformando la mirada abarcadora. El control total del espacio, los espacios sólo son parte fragmentaria de uno solo, por mencionar a Kant.

La prisión es la muerte simbólica. La muerte en vida. Aleksandr Petrovich Goriánchikov, personaje de Dostoievski, fue condenado a diez años de trabajos forzados de segunda clase en la prisión de Siberia, día tras día, se superponían los tiempos en una monotonía que el menor incidente parecía un gran acontecimiento.

Las barracas débilmente iluminadas, inundadas de un aire nauseabundo y atestadas hasta con treinta hombres hacían la estancia insoportable: “Es el presidio una casa muerta-viva, una vida sin objeto, hombres sin iguales.”[1] Dice bien, una vida sin objeto. Hombres sin sentido:

“-¡La casa de los muertos! -me decía a mí mismo, al caer la noche, contemplando desde el escalón de nuestra cuadra a los reclusos que, de vuelta del trabajo, paseaban por el patio.”[2]

Un trabajo sin satisfacción, sin dirección para ellos. La labor provechosa para aquellas sombras de individuos llegaba en la noche, cuando podían en secreto dedicarle un par de horas a lo que les redituaría de alguna manera, aunque fuera exclusivamente para después embriagarse.

Esta muerte en vida se refleja asimismo en otro tiempo de prisión, en el calabozo. Edmond Dantés tan sólo ha pasado diecisiete meses en él, en una mazmorra del Castillo de If, cuando sucede la visita del inspector y del gobernador en un ajetreo que lo saca momentáneamente de su enterramiento: “Adivinó que sucedía algo desacostumbrado en el departamento de los vivos; habitaba desde hacía tiempo aquella tumba, que podía considerarse muerto.”[3] Se ensimismo, una vida que podría considerarse útil se hundía en la oscuridad. “Su espíritu se tornó sombrío, una nube espesa oscureció su frente”[4], se volvió también un muerto en vida.

En otra parte de Francia, en las minas donde el trabajo es extenuante, un hombre condenado a diecinueve años de trabajo por robarse una pieza de pan, Jean Valjean pierde su juventud y su fuerza. “Había entrado desesperado; salió sombrío”[5]. Es la obra de Los miserables, de Víctor Hugo.

Aún peor, es la llamada el confinamiento “celular”, donde el individuo durante toda su estancia se encontraba en un nicho, totalmente aislado, basta ver cómo Elisa (del libro de Gouncourt), una ramera, pierde la voluntad, está sin vida y aún con vida. Poco importa los lugares a los que nos traslademos, el paisaje es el mismo, la muerte. La vida sin sentido.

Howard visita la mayor parte de las prisiones en Inglaterra y otras considerables de Europa, comparte la generación de Bentham, empero, toma otro sendero. En sus anotaciones le debemos detalles minuciosos sobre el estado de las prisiones. La falta de limpieza y orden está latente en ellas, el trabajo sin remuneración económica y en demasiadas ocasiones inútiles, la falta incluso de instrumentos de trabajo, el escaso personal de vigilancia que no se da abasto, las costumbres corruptas que se esparcen entre los más ingenuos.

Howard denuncia que las prisiones son fomento y guarida de delitos, una parte de los robos se planean ahí; los administradores, tienen un negocio con ganancias que van desde cuotas a los presos hasta los familiares por renta y comidas, también de venta de licor y tabaco, acusa que el gobierno gasta en traslados y que a los nobles se les ofrece servicios con excedente de gastos; las cuotas para los alcaldes, jueces y oficiales.

Aunque su propuesta admite que los condenados trabajen, que haya limpieza, talleres, comida aceptable –más que aceptable, pues pide carne para ellos todos los días, con excepción los domingos-, que no haya cuotas, o si las hay sean puestas a la vista de todos, no tiene una visión de control total.

Pues las celdas serán en hileras, con vigilantes acorde al número de prisioneros, el lugar en una colina apartada de la ciudad, de preferencia con agua cerca, un río, y una campana que sonará en caso de fuga. Su preocupación primordial es la compasión y humanidad hacía estos hombres.

Para los estudiosos del Derecho, Howard proponía una campaña humanitaria. Dice Foucault que “quizá se contribuyó demasiado fácilmente y con énfasis a una <humanización> que autorizaba a no analizarla”[6]. Pero para ser justos, el punto de vista de Howard se debió a que él padeció los sufrimientos de la prisión, cuenta que durante cuarenta horas no bebió ni comió nada.

Durante la llamada época industrial, los desocupados son miles, las emigraciones sobrepasan el límite de las ciudades, la naciente industria aprovecha las nuevas formas globales del capital, están dispuestas a sacar provecho con el menor costo y la mayor ganancia, no ven personas sino ganancias, y eso que todavía no se explotaba al máximo.

Por un lado, el estado de las prisiones obtenía atención en una preocupación creciente. En 1776 se detuvo el envío de delincuentes a EU y se asumieron más las detenciones a las embarcaciones que, a su vez, tendían a desaparecer por los grupos humanitarios.

Por otro lado, por la fiebre carcelaria morían más de los que se ejecutaban, según Howard esto sucedió del 1773 y 1775, cabe señalar que esta enfermedad era la tifoidea y representaba un problema grave de salud. Se refuta de igual manera el gasto en instalaciones que perjudica la industria. Bentham dará luz.

Para empezar, Bentham sabía que los administradores gozaban de un salario sin importar si cumplían con sus deberes, el lucro por los prisioneros y los pagos a los oficiales y jueces, el Panóptico propone regular las fugas de ingresos, que se quedan entre los administradores y en el que el Estado bien podría intervenir, Howard veía en las cuotas la corrupción, pero estaba lejos de ver el provecho de reglamentarlas.

La cárcel se comienza a ver como una corrección y redención por el trabajo, la llamada correccional. Sin embargo, Inglaterra en 1840 comenzó a hacer las nuevas prisiones basadas explícitamente en el modelo de Howard, pero implícitamente con el fundamento del panóptico. Las transiciones jamás son continuas sino mezcla de ideas.

No hay duda, la economía descansa en la producción del trabajo, quien controla el segundo regula al primero, pero entonces ¿el trabajo es la forma de represión que regula el espacio para hacer de éste una prisión? ¿Es la economía una política prisionera que tergiversa la liberación del trabajo en mecanismos en que los intereses se alimentan unas de otras en un caos que se organiza del mismo caos de intereses?

Petrovich conoció en el presidio los trabajos forzosos y supo casi inmediatamente que no tenían nada de satisfactorios, sin embargo, para él fue un refugio para conservar su salud, pensaba que si el trabajo, aunque fuera voluntario, sin remuneración, pero realizado con emoción intelectual podría hacer más soportable el presidio, como le parecía el que se llevaba a cabo por las noches, en el que toda la concentración e ingenio se avocaba en el oficio de cada cual.

Bentham pretende cultivar la experiencia laboral de los presidiarios y reforzarlo con una administración manejada por inversionistas privados que serían normalizados por medio de un contrato en el que podrían establecer una industria en donde las ganancias y las perdidas estarían bajo la mirada de cualquiera.

“Identificar el interés de los presos con el de quien los gobierne, y sólo se llegará al éxito con una administración por contrato”[7].

Con la plena vigilancia se podrá llevar el registro de los trabajadores y el de sus aptitudes, por ello, se sabrá inmediatamente quienes serán los obreros aptos o inútiles. ¿Qué garantizará la economía? Los intereses de cada uno: “Los que hayan acumulado beneficios servirán de emulación a los demás. Igual que el interés del momento les hizo caer en el crimen del interés del momento los hará volver al buen camino”[8].

Al momento de la notificación de su liberación, Petrovich se lamenta del desperdicio de las energías de muchos de los hombres jóvenes que se perdieron detrás del encierro.

Imagen Panoptico
Panóptico (plano)

Las instalaciones del presidio tampoco resolvían ni la problemática laboral ni la de la corrección moral. Bentham señala que los tumultos provocan la suciedad y ésta no ayuda a la reflexión para el arrepentimiento. La vigilancia es insuficiente y corrupta.

En el castillo de If, el calabozo tenía fango y muestras de tortura perenne, el inspector visitaba las celdas, una por una, y sólo aquellas que el gobernador le convenían, y en cada una repetía la misma pregunta ¿está usted bien alimentado? Y si no tenían otra cosa qué decir.  Nada durante los catorce años de encierro de Dantés había cambiado, siempre fue el mismo régimen, ante nuevos gobernadores se seguía el mismo ritual, y por miedo a las fugas se impedía que los prisioneros salieran del calabozo, impidiendo sacar provecho de ellos.

El secretismo en el juicio y en el tratamiento era lo corriente. La Bastilla encerraba el secreto y la tortura, era un símbolo de impunidad, como sus nichos: “Las mazmorras, debajo de las torres, están llenas de lodo pestilente, donde abundan los sapos, salamandras acuáticas, ratas y arañas.”[9]

Las celdas de la Bastilla estaban cubiertas de capas de hierro gruesas en paredes y puertas. Puede verse la importancia del Panóptico como pieza arquitectónica, bien señala Bentham que no serían necesarias tantas medidas de seguridad y ni las condiciones inhumanas de este tipo de lugares, porque todo se economizaría en el funcionamiento de la disciplina.

En el caso de Jean Valjean, éste palideció ante su libertad, Víctor Hugo narra que “la liberación no es la libertad. Se sale de la cárcel, pero no de la condena”[10]. Diecinueve años de presidio de trabajos duros sin que le haya redituado en nada, su libertad lo condenaba, salió sin dinero y al encontrar trabajo le pagaban menos de lo que merecía. La condena se prolongaba.

La prisión punitiva fue un invento del derecho canónico para soportar la pena y la penitencia de monjes y clérigos, “un sistema disciplinario institucionalizado que se sustenta en la idea del pecado y su corrección”[11], el convento si bien es la prisión voluntaria, la cárcel, al contrario, será involuntaria.

Los nichos, a los que se ha hecho referencia aislaban al individuo en la oscuridad y silencio total pero no era curación para el alma porque no había control, se podía olvidar a la persona por meses o por años:

“puedo comprobar cómo la soledad absoluta, aunque al principio produce un efecto saludable, pierde rápidamente su eficacia y hace caer al infeliz cautivo en la desesperación, la locura o la insensibilidad. En efecto, ¿qué otro resultado se puede esperar cuando dejamos que una alma vacía se atormente sola durante meses y años?”[12]

Parece que hay razones suficientes para sostener que el trabajo daba un sentido al presidiario o al preso, evitaba que enloqueciera y le ofrecía la esperanza económica y experiencia laboral que necesitaría cuando fuera libre, le permitiría conservar la salud y redituarle a la sociedad el daño causado.

“Cada castigo trae bajo el brazo su discurso de fundación, colmado de promesas”[13] de motivos y razones, así el trabajo trae su argumentación para ser reivindicadora del hombre dándole un sentido a su vida muerta: “Pero la cárcel no ha calificado para la libertad; en todo caso, ha preparado para el fracaso”[14], mata el sentido de la vida y al salir el liberto no tendría más camino que continuar su vida de crimen.

“A menudo se dice que la <la prisión no paga deudas>. Pero estoy seguro de que puede añadirse que la prisión no corrige la inmoralidad”[15]. Agrega Howard que “se trata de personas que sin duda podrían ser útiles en Inglaterra o en el extranjero, si en las prisiones se procurara conservarlas sanas y capacitadas para el trabajo”[16] y no en condiciones insalubres que impide su incapacidad para ello cuando obtienen su libertad, perdiéndose una vida útil pues le resulta difícil incrustarse en la sociedad.

El Panóptico es más que una propuesta de sistema penitenciario, pero basado en la prisión, en un cierro a los ojos de todos. Un dispositivo que plantea un paradigma. Con un nuevo paradigma se muda el sentido y los fundamentos filosóficos que la sostienen. Aquí todo se trastoca, el castigo de la prisión punitiva se vuelve invisible, la mazmorra diáfana, lo oculto visible, la suciedad en orden.

Las celdas limpias, con uno o dos presos en ella, la torre central tendrá la visibilidad de todos. Los vigilantes, sólo uno –con su familia se ahorrarían en salarios-, por piso, aunque puede él mismo abarcar dos. La estructura arquitectónica economizaría hasta los mínimos elementos.

La justicia no le importaba, pues todos eran culpables, poco importa un Jean Valjean que roba un pan porque se le había negado el trabajo en época de invierno, con siete sobrinos y una hermana que le esperaban, a un Petrovich que en un arranque de celos ha asesinado a su mujer, o un Dantés que no ha cometido delito alguno. Mas bien ese es un problema que a él no le incumbe, sino la administración de un espacio del que se puede sacar un beneficio económico.

Ahora la muerte en el panóptico será otro tipo de sufrimiento: “El terror a la cárcel no debe relacionarse con la idea del trabajo, sino con la severidad de la disciplina, lo humillante del uniforme”[17]. El dispositivo permite oírlo y verlo todo, todo cuanto se diga y haga se verá, sin importar si son presos o vigilantes.

La penitenciaría será una casa de detención y trabajo, una prisión-hospital que vigilará y registrará todo, también una industria que sacará ganancias de un trabajador que no siendo libre se someterá a las condiciones de salario impuesta y a la calidad de vida y comida menor al proletariado libre, ¿es ésta una justicia o sólo un argumento para justificar su proceder?

Los esfuerzos disciplinarios del Panóptico no terminan con la libertad del sujeto, por mucho que hayan demostrado un buen comportamiento durante su estancia, “sería una gran imprudencia lanzarlos al mundo sin guardianes y sin ayuda en la época de su emancipación, en que puede comparárseles como niños reprimidos durante mucho tiempo y que acaban de burlar la vigilancia de sus maestros.”[18]

Como dato histórico en la prisión de Auburn, en Estados Unidos de 1825-1860, se establecieron las medidas del panóptico, en los que se había producido grandes resultados económicos pero que no coincidieron con los resultados disciplinarios ni morales, no hubo reducción de la delincuencia y aún con algunas modificaciones en su sistema terminó por decaer.

En cada sistema ha habido resistencia, independientemente del tipo de prisión, independientemente del castigo, abyectos que proclaman su libertad a costa de su vida, y qué vida sino la muerta, ¿cómo seguir viviendo en una tortura que hostiga sin dejar de vivir?

Elisa estaba en la prisión para mujeres de Noirlieu, un sistema celular en el que el aislamiento le hizo perder toda voluntad, al final de muchos años el inspector le pide que responda, pero ya no pudo hablar, “el permiso llegaba demasiado tarde. Los subprefectos no tienen el poder de devolver la palabra a los muertos”[19].

Elisa perdía la batalla, pero en otro lugar, alguien más se revelaría. Silvio Pellico en un impulso de liberación increpaba:

“no resistiré nunca a la necesidad de dar algún aliento a los pulmones y de invitar a mi vecino a que responda. Y si el vecino callara, dirigiría yo la palabra a los barrotes de mi ventana, a las colinas que tengo enfrente, a los pájaros que vuelan.”[20]

Pues como escribía Gouncourt “es tan contrario a la naturaleza humana el privarse para siempre de la palabra”[21], que en un instinto de supervivencia los más aptos lucharán: “Puesto que ya no es el cuerpo, es el alma”[22]. El castigo dejará las antiguas formas para crear nuevas, más definitivas: la enajenación mental: “Dantés rogó, pues, que le sacarán de su calabozo para meterle a otro, aunque fuese más profundo. Un cambio, aunque resultase desventajoso, siempre era un cambio…”[23]

Cambiar de suerte, es la forma en cómo los presidiarios se justificaban al intentar fugarse de la casa muerta de Siberia. La monotonía de silencios o de trabajos no parecían terminar. Dantés con gusto hubiese querido estar en Siberia con otras personas, fue tan feliz como se puede ser en esos casos al oír la voz del Abate Faria.

Dumas relata que ante el tormento mental nace un nuevo impulso más fuerte y más avasallador, “es una especie de consolamiento vertiginoso que muestra el abismo abierto, pero en el fondo del abismo está la nada”[24] Dantés pasó por varias luchas internas pero el resquebrajamiento completo no llegó, encontró en la venganza el interés que le daría la fuerza, el coraje para resistir: su vida cobró sentido. Dejó de ser un muerto en la prisión.

El Panóptico es “una nueva manera de dar al espíritu un poder sobre el espíritu, en una medida aún sin precedente.”[25] En el vigilar está la implicación del castigo, es el término negativo para quien lo soporta. ¡Poco importa los diversos destinos a los que se aplique este dispositivo! Importa y mucho. Nos arrastraría a la locura, a nuevas formas de conciencia. Con la mirada del otro se genera vergüenza, nos sometemos a la mirada del otro. Aquí todos seríamos vigilados-vigilantes.

“los individuos que deben ser vigilados estarán lo más de continuo posible bajo la mirada de los encargados de esa vigilancia. La perfección ideal, si tal fuere el objetivo, exigiría que cada individuo permaneciera, en todo momento, en esa posición. Como esto es imposible, lo más que se puede desear es que, en todo momento al creerse vigilado y al no tener medios para comprobar lo contrario, el individuo crea que es así.”[26]

Lo importante es que lo crea así, pero que también sea realmente: “Lo que aquí no resulta de menos importancia es el hecho que durante la mayor parte posible del tiempo, cada individuo esté en realidad bajo vigilancia”[27] Complemento entre omnipresencia aparente y la presencia real. Mirada dosificadora. Vigilantes vigilados.

El instante se manifiesta a los ojos de todos, “pues el cuidado de esa vigilancia disminuye en la misma proporción en que aumenta el rigor de la vigilancia.”[28] Dominar sin grilletes, sin muros gruesos, sin temor al castigo y a la evasión: “Confinado en una de esas celdas, el menor gesto suyo, la más leve expresión de su rostro, captados en todo momento.”[29]

La punición es menor que la propia incertidumbre. Sembrar miedo economiza en el individuo sus acciones. ¿Cómo eliminar los miedos? Con un sólo grito de angustia no habrá más que hacer que enajenarse. El hombre se acostumbra a todo, según Dostoievski. Los individuos encerrados de esta manera tendrán otra prisión, serán individuos solos, aislados, en la monotonía de un trabajo que los enajenará mental y corporalmente, sus días los explicará con pesar. No se puede estar solo, no se cierra una habitación para quedarte con tus pensamientos.

Es distinto al presidio de Siberia, donde Petrovich se queja de lo difícil que es no poder quedarse sin compañía, pero es el mismo principio, la multitud y el silencio es la angustia de no ser libre: “La coacción y la esclavitud jamás conducirán tan lejos en la carrera como la emulación y la libertad.”[30] Bentham dice emulación de la libertad, ¿pero al salir habrá libertad?

Bentham señala al respecto, de si hubiera temor por el que los hombres pasaran por máquinas: “la felicidad es algo encantador para experimentar, pero árido para discutir.”[31] Dice: dar el espíritu poder al espíritu, por supuesto, el sentido del panóptico es aplastar la voluntad, dominar, subyugar.

En una celda de Lecumberri estaba pintada la leyenda “podrán encerrar mi cuerpo pero no mi imaginación” ¿Qué tan cierto es esto? El cuerpo y el alma no están tan separados, la dominación puede aplastar la una para seguir con la otra. Se ha buscado liberarnos de Dios, por qué no habría de buscarse la de los hombres y más adelante la de la máquina, la del sistema opresor. Dumas pone en palabras del Abate:

“Cada individuo, desde el más bajo hasta el más alto en la escala social, agrupa alrededor suyo un pequeño mundo de intereses, que tienen sus torbellinos y sus átomos ganchudos, como los mundos de Descartes. Sólo que estos mundos siempre van agrandándose a medida que ascienden. Es una espiral invertida que se sostiene por la punta en un juego de equilibrio.”[32]

Howard, señala que “en todo caso, deudores y delincuentes, así como también los extranjeros hostiles a nosotros, son seres humanos que deben ser tratados como tales”[33]. Y Dostoievski: “El hombre, por mucho que haya descendido, exige instintivamente el respeto debido a su dignidad de hombre.”[34] No hay suficiente argumento, ni prisión, ni castigo que haga olvidar a una persona su condición.

Para Petrovich los días eran fastidiosos, monótonos, pero decía que “lo único que me daba fuerzas para resistir, esperar y confiar, era un ardiente deseo de resucitar, de renacer a una nueva vida”[35], el trabajo por supuesto le proporcionó la condición, pero ese ardiente deseo esperaba, borbotea y era de otro tipo.

Bentham está lejos de penetrar en las profundidades de lo que surge de las entrañas con fuerza arrebatadora. Cuando se grita “libertad” qué puede impedirlo. El Panóptico evitaría cualquier intento de fuga porque siempre estarían los individuos a la vista. Pero siempre la voluntad consigue encontrar el camino, liberarse… ¡OH, si Bentham supiese de ese sentido! ¿No es así que el Panóptico cubrió todos sus pensamientos? ¿No es cierto que hubiese vendido más de lo que tenía con ver realizado su plan?

Dantés había encontrado el sentido, ese sentido que despierta sin importar muros, sin darle importancia a los obstáculos. El sentido de la voluntad y, por fin, de la libertad. Sus partidarios preguntarán ¿cómo librarse del panóptico? Dirán, también, responde con la realidad que Bentham construye para este dispositivo.

¿Cómo ir en contra de una política de los espacios que muda intangiblemente en un dispositivo de coerción tangible? ¿Cómo escapar cuando el dispositivo mata toda voluntad? ¿Cuándo es más encarnizada su persecución contra los disidentes y cuando estos no pueden esconderse? Entonces, ¿cómo ocultarse y cómo disimular, cuando no hay secretos que puedan ser velados?

Los pensamientos más íntimos se verán traicionados con un solo gesto que no podrá escapar a los vigilantes. Ni la muerte te liberaría, no habría forma de suicidio. La locura sería otra prisión. La locura como en el Abate Faria condena al encierro perpetuo.

¿Se puede hablar de una necesidad de dominar? “La sangre tiene el poder de embriagar y favorecer el desarrollo de la dureza del corazón y del desenfreno[…] El hombre y el ciudadano desaparecen para siempre en el tirano […]El hombre no puede desprenderse de lo que lleva en la sangre”[36] 

Impulso y necesidad de dominar: a la vez no debe pensarse y tiene que ser pensado. Impulso y necesidad de liberarse: la manera particular de asumir la contingencia que la determina en una voluntad de liberación y de enfrentamiento radical de romper su prisión.

El preso como sujeto de acción que busca la posibilidad de cambiar de suerte es la fuerza que empuja hacia la trasgresión, ya sea para un nuevo orden o romper con él, incluso mantenerla. La dominación y el dominado. El sentido común, sin embargo, triunfa como idea regulativa. ¿Y que tiene que ver con la política de los espacios? Mucho y nada.

El espacio es lo que se desea manejar y es lo manejado. El hombre lo maneja y es dominado por él a consecuencia de ese manejo. ¡Qué importa el automatismo humano mientras sea yo quien lo controla! Pero pronto el dominador se diluye en su propia creación, sobrepasado por la hidra que recién parida se negará a perecer. La liberación es un impulso de la evasión. Los límites son formas opresoras.

En esta dialéctica de ansías de límites y ansía de evasión la ruptura se inclina por la fisura liberadora del determinismo legal hasta que ésta encuentra nuevas formas. La diferencia entre la prisión del sistema penitenciario y el de una sociedad envuelta en un dispositivo opresor es el crimen que existe como justificación para el primero.

Entonces ¿cuál sería nuestro crimen? No hay crimen, pero estamos condenados a nuevas formas de control, regulador invisible pero latente. El Panóptico es un dispositivo de espacios intercambiables y teorías intercambiables que muda en su argumentación para justificar su proceder, principio que mira y que nada se le escapa; y, sin embargo, no se implantó en su totalidad.

De imaginar un dispositivo así en las novelas tratadas en este texto, con seguridad diríamos que Dantés y Faria jamás se habrían conocido de la manera que lo hicieron, Petrovich no hubiera tenido problemas morales, Jean Valjean tuviera otra historia, Elisa jamás callado; y hubiéramos visualizado mejor que el Panóptico no sólo administraría los espacios, la economía sino también la vida.

Es interesante advertir el simbolismo que envuelve a Petrovich. Entra al presidio en época de invierno, sale de él en la misma estación diez años después, muere al cabo de tres años en otro invierno. Sus compañeros no lo son. Sólo comparten vidas paralelas. No importaba cuánto se esforzaba en ser su camarada, jamás iba a pertenecer a ellos y, sin embargo, al salir pensó que retomaría su vida nuevamente, pero también se esforzó en vano, estudió todo lo que pudo sin que fuera suficiente, también era ajeno a su existencia de antaño.

Petrovich salió del presidio y entró a otra. Cada condenado se volvió imagen de su comportamiento. Dostoievski lo describe al comienzo de la novela como un hombre que “cuando se le dirigía la palabra, miraba fijamente y escuchaba con aire meditabundo”[37], así nos recordaba a Almàzov con su aire cordial, reflexivo y poco comunicativo o a Kulícov.

También, “sentíase uno molesto y embarazado, deseando que acabase cuanto antes la conversación”[38] asimismo se sentía él al conversar con Akim Akímich para después como éste retomar su conducta ejemplar; rehuía de las personas como los polacos, como si no perteneciera al lugar: “Hablaba muy poco y no se prestaba jamás a una conversación en que fuera preciso hablar con el corazón en la mano”[39], evidentemente esto como lo hacían todos en el presidio en que estaba prohibido por una ley tácita que alguno hablara sobre su crimen para evitar caer en conversaciones incomodas.

Así, él que quiso desentrañar los sentimientos de sus compañeros como el visitante a él, ahora como ellos a quienes les parecía despreciable la ingenuidad y la franqueza, tampoco lo volvió a hacer al salir. La gente pensaba que estaba loco tal y como se decía de Petrov.

Las noticias del día le importaban poco como la costumbre de las barracas; su expresión de pesar y agotamiento nos remite a los días de primavera en que los presos eran la imagen irascible de la desesperación, cuando más anhelaban la libertad y sin embargo era sólo un ensueño que los regresaba a la idea de que tenían que esperar.

Las sombras de melancolía que Petrovich veía desde su rincón eran la misma que ahora lo cubría. Otra prisión que no lo dejaría solo hasta que llegara el invierno con la muerte. ¡Y por fin la libertad¡  Quizá jamás hay forma de salir de la prisión cualquiera que sea ésta.

________________________

  • [1] Dostoievski, Fedor. Memorias de la casa muerta. Libro electrónico, p.  5
  • [2] Ibid., p.  50
  • [3] Dumas, Alejandro. El Conde de Montecristo. Trad, Carlos de Ance, Editorial Punto de lectura, 3ª edición, España, 2004, p.135.
  • [4] Ibid., p. 148
  • [5] Hugo, Víctor. Los Miserables, Trad. Alfonso Romero, Editorial Época, México, 1985, p. 38
  • [6] Foucault, Michel. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Trad. Aurelio garzón. Siglo XXI, 35ª edición, México, 2008, p.15
  • [7] Bentham, Jeremy. Panóptico, Ed. Premia, México, 1971, p. 54
  • [8] Ibid., p. 59
  • [9] Howard, John. El estado de las prisiones en Inglaterra y Gales, trad. de José Esteban Calderón, FCE, México, 2003, p. 753
  • [10] Hugo, Víctor. Op. Cit, p. 40
  • [11] García Ramírez, Sergio. “Estudio introductorio”. En Howard, John. El estado de las prisiones en Inglaterra y Gales, trad. de José Esteban Calderón, FCE, México, 2003, p. 22
  • [12] Bentham, Jeremy. Op. Cit., p. 57
  • [13] García Ramírez, Sergio. “Estudio introductorio”. En Howard, John. Op. Cit., p. 9
  • [14] Ibid., p.116
  • [15] Howard, John. Op. Cit., p. 177
  • [16] Ibid., p. 189
  • [17] Bentham, Jeremy. Op. Cit., p. 61
  • [18] Ibid., p. 68
  • [19] Gouncourt, Edmond. La ramera Elisa. Edivisión, Madrid, 2000, p. 158
  • [20] Citado por García Ramírez, Sergio. “Estudio introductorio”. En Howard, John. Op. Cit., p. 32
  • [21] Gouncourt, Edmond. Op. Cit., p. 104
  • [22] Foucault, Michel. Op. Cit., p. 24
  • [23] Dumas, Alejandro. Op. Cit., p. 147
  • [24] Ibid.., p. 150
  • [25] Bentham, Jeremy. Op. Cit., p. 75
  • [26] Ibid., p. 80
  • [27] Bentham, Jeremy. Op. Cit., p. 87
  • [28] Ibid., p. 89
  • [29] Ibid., p. 93
  • [30] Ibid., p. 61
  • [31] Ibid., p. 137
  • [32] Dumas, Alejandro. Op. Cit., p. 180
  • [33] Howard, John. Op. Cit., p. 179
  • [34] Dostoievski, Fedor. Op. Cit., p.  67
  • [35] Ibid., p. 167
  • [36] Dostoievski, Fedor. Op. Cit., p. 116
  • [37] Dostoievski, Fedor. Op. Cit., p. 2
  • [38] Ibid., p. 3
  • [39] Ibidem
BIBLIOGRAFÍA
  • Bentham, Jeremy. Panóptico, Ed. Premia, México, 1971, 143pp.
  • Dostoievski, Fedor. Memorias de la casa muerta. Libro electrónico, 176pp. (Texto en PDF)
  • Dumas, Alejandro. El Conde de Montecristo. Trad, Carlos de Ance, Editorial Punto de lectura, 3ª edición, España, 2004, 1375pp.
  • Foucault, Michel. Vigilar y castigar. El nacimiento de la prisión. Trad. Aurelio garzón. Siglo XXI, 35ª edición, México, 2008, 314pp.
  • Gouncourt, Edmond. La ramera Elisa. Edivisión, Madrid, 2000, 158pp.
  • Howard, John. El estado de las prisiones en Inglaterra y Gales. Trad. José Esteban Calderón, FCE, México, 2003, 772pp.
  • Hugo, Víctor. Los Miserables, Trad. Alfonso Romero, Editorial Época, México, 1985, 447pp.

Entradas relacionadas