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“Árbol adentro, cima de una obra poética” de Anthony Stanton

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Las ideas que germinan concluyen en la cúspide del pensamiento; trascienden al poeta y son las raíces de todo hombre. Anthony Stanton inicia el ensayo con el reconocimiento a la obra de Octavio Paz, pone sobre la mesa el libro Árbol adentro y mira el desafío del poeta.

Octavio Paz ha tenido –en expresión del ensayista– que superar su obra precedente: “enfrentó el difícil reto de superar, diversificar o profundizar lo mucho que ya había logrado”.

Al final, nos muestra que lo ha conseguido: “El poeta no quiso descansar sobre los laureles ni repetir lo que ya había hecho. Por paradójico que parezca, el libro parece obra de un poeta joven, pero con la experiencia de toda una vida”; logró “terminar con un libro esencial”, consiguió renovarse, pero ¿qué quiso decir con “terminar con un libro esencial”? Del ensayo sobre Árbol Adentro sólo voy a concentrarme en una parte pequeña, con eso basta: la imagen del Quijote.

“Terminar” no se trata de concluir un escrito, y “esencial” ¿en qué sentido? Ambos vocablos rodean a la palabra “libro”, la cual produce un sonido como la caída desagradable de un martillo sobre la duela. Sí, Árbol adentro es un libro, pero el autor pudo haber empleado otro enunciado para establecer el poder de renovación del poeta, al menos que esta misofonía de mal gusto tuviera otra intención.

¡Qué le produce la locura al Quijote, si no los libros! Dice Cervantes:

“Abrióse otro libro, y vieron que tenía por título El caballero de la Cruz. Por nombre tan santo como este libro tiene, se podía perdonar su ignorancia; mas también se suele decir tras la cruz está el diablo: vaya al fuego. Tomando el barbero otro libro, dijo: Este es Espejo de Caballerías.”

Al leer aquellos libros de caballería, el hombre de la triste figura se construye a sí mismo, el libro es un espejo en el que se contempla, el espejo es símbolo de la re-flexión que se manifiesta ineludible:

“Esta imaginación me traía confuso y deseoso de saber real y verdaderamente toda la vida y milagros de nuestro famoso español Don Quijote de la Mancha, luz y espejo de la caballería manchega, y el primero que en nuestra edad y en estos tan calamitosos tiempos se puso al trabajo y ejercicio de las andantes armas…”

El Quijote, viejo y nostálgico frente a los espejos-libros comienza su gran aventura. Pero el reflejo construido por Cervantes es más profundo, múltiple y eterno. Quijote, a su vez, se re-conoce en Cardenio:

“Yo nací libre, y para poder ser libre escogí la soledad de los campos; los árboles destas montañas son mi compañía, las claras aguas destos arroyos mis espejos; con los árboles y con las aguas comunico mis pensamientos y hermosura. Fuego soy apartado, y espada puesta lejos.”

La profundidad de los pensamientos, necesariamente, llegan con los años: “Era el espejo en que se miraban, el báculo de su vejez, y el sujeto a quien encaminaban, midiéndolos con el cielo, todos sus deseos; de los cuales, por ser ellos tan buenos, los míos no salían un punto.” Octavio Paz tenía 73 años cuando publicó la primera edición de Árbol adentro, lo recalca Stanton, si bien vivirá otra década más, el tono apocalíptico del ensayo abate las páginas. Es la hora de pensarse. El poeta también se pierde en sus lecturas:

Yo me abismaba en mi lectura
rodeado de prodigios y desastres:
al sur los dos volcanes
hechos de tiempo, nieve y lejanía;
sobre las páginas de piedra
los caracteres bárbaros del fuego;

Fragmento de “Rememoración (segundo tablero)”

Los pensamientos vuelven hacia sí mismos, se piensa el pensamiento, por lo que en la reflexión recibe su propio re-conocimiento.

¿Árbol Adentro un espejo?

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Portada Árbol adentro de Octavio Paz

Stanton examina la cuarta sección del libro, “Visto y dicho”, así nos introduce en la imagen del Quijote por el poeta. La pintura de Duchamp nos traslada al poema “La Dulcinea de Marcel Duchamp”. Quijote y su pluma creadora, Cervantes, son invitados al convite. Una vez lista la mesa, se evoca al amor a primera vista que inspiró el retrato, por ende, se explica la imagen que Quijote formó de la mujer ideal: “la señora de sus pensamientos”.

La construcción de Paz y Cervantes se unen por los movimientos cubistas de Duchamp. La mujer es un espejismo, una ilusión óptica que invierte el verdadero deseo:

La mente es una cámara de espejos;
Invisible en el cuadro, Dulcinea
Perdura: fue mujer y ya es idea.

Stanton sitúa en el mismo plano vanguardista a Cervantes y Duchamp, cada uno en su arte: “Poco o nada importa el origen real de la visión porque en el triunfo artístico de la plasmación la mujer se desmaterializa para volverse mito, idea eterna”. La Idea, cuya esencia es la eternidad.

Baste recordar la teoría del conocimiento de Platón, en la que el amor es el motor para conocer y la muerte sólo un paso en la reencarnación del alma, ¡atención porque Sócrates se enuncia tras la puerta! El ensayista se mueve en los terrenos platónicos, pero su visión se queda en el mundo de las ideas.

Al llegar a la sección central o tercera, “Un sol más vivo”, encuentra en la muerte el tópico por excelencia que devela el propósito de la obra, en ésta, Paz se reencuentra con Cervantes, se enfrenta a la muerte, habla con ella, se reconoce en ella y, por fin, se reconcilia en el poema “Ejercicio preparatorio”.

Stanton recurre a la meditación de la muerte y la libertad de Montaigne (epigrama de “Rememoración”), la meditación como el trabajo del pensador, búsqueda del estoico, aunque dicha relación nos lleve más atrás, al momento en que Platón presencia las últimas reflexiones de Sócrates, antes de tomar la cicuta. Para el poeta, la muerte se representa con el Quijote, así el ensayista desenvuelve a “Rememoración”.

Si bien, la autoría del Quijote, donde el héroe regresa enfermo a su casa, no está totalmente aprobada, Stanton muestra que el último capítulo de la Segunda Parte del Quijote es espejo del primero y del último de la Primera Parte:

“Aquí el héroe regresa al hogar, al solar, pero regresa también a la razón, a la cordura y, sobre todo, regresa a sí mismo, a su ‘verdadera’ identidad. Quijote vuelve a ser Alonso Quijano, verdadero nombre”.

El poeta también regresa, enfermo de libros y pensamientos:

La hora se vacía.
Me cansa el libro y lo cierro.
Miro, sin mirar, por la ventana.
Me espían mis pensamientos.

Fragmento de “Ejercicio Preparatorio”

¿Cuál es el verdadero nombre del poeta? ¿Cuál su verdadero rostro? Cabría recordar el reclamo de Camila: “Si eso confiesas, enemigo mortal de todo aquello que justamente merece ser amado, ¿con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira aquél en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuán poca ocasión le agravias?”

Sin nombre, sin cara,
sin decir: he llegado,
[…]
Sin nombre, sin cara:
la muerte que yo quiero
lleva mi nombre,
tiene mi cara.

Fragmento de “Ejercicio Preparatorio”

Stanton acentúa el nombre propio del Quijote en el último capítulo: “Dadme albricias, buenos señores, de que ya no soy don Quijote de la Mancha, sino Alonso Quijano […]”. La razón y la muerte pactan en el postrimero aliento de vida. La autenticidad del escrito por Cervantes para desenmascarar el otro Quijote, el apócrifo de Avellaneda, se ve develada por el reflejo del libro, principio y fin.

El ensayista sentencia: “La sabiduría es desengaño, saber quién se es, cuál es el nombre propio: es reconocerse a uno mismo y a los demás. Lo que da sentido a la vida es el arte del buen morir”, por ello, aceptar la muerte es la esencia de la vida: “si uno ha vivido loco, hay que morir cuerdo, con plena conciencia”; así el autor lo llama catarsis o purificación espiritual, lo que lo lleva al argumento de la cristiandad y estoicismo; pero antes, Sócrates entendió que aceptar la muerte es entender que el alma tiene que trascender. El cristianismo, retoma el planteamiento platónico.

El peligro de haber leído demasiados libros ha conducido al Quijote a la locura, y a Paz a las figuraciones poéticas. La aceptación de la muerte es más fuerte que el estoicismo, es la catarsis estética de la muerte. “El hombre es finito”, no nos dice mucho, sólo una tautología burda, pero saber que “yo moriré” es la confrontación más grave: el dolor por la muerte, el regocijo de la vida, o viceversa. Es la última comprensión, la única certeza del universo, el nombre propio del poeta es el hombre mismo, poema que desciende de Ptolomeo: Soy hombre: duro poco.

Volver a uno mismo es rememorar, somos recuerdos. Somos una serie de recuerdos que nos dicen quiénes somos.

No he sido Don Quijote,
no deshice ningún entuerto
(aunque a veces
me han apedreado los galeotes)
pero quiero,
como él, morir con los ojos abiertos.
Morir
sabiendo que morir es regresar
adonde no sabemos,
adonde,
sin esperanza, lo esperamos.

Don Quijote fue una ilusión, la creación de la locura y los libros. Paz dice en su verso “regreso a mis lecturas”, él ha construido su propio Quijote, él mismo es escritura y es libro:

Soy hombre: duro poco
y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba:
las estrellas escriben.
Sin entender comprendo:
también soy escritura
y en este mismo instante
alguien me deletrea.

Octavio Paz terminó con un libro esencial, espejo en el que se reflejan sus pensamientos. Stanton concluye: “no filosofía en verso, sino poesía filosófica”; poesía final. Cervantes dijo que la comedia es el espejo de la vida humana; en Paz encontramos que la poesía es espejo de los pensamientos: un libro.


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