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Salvador Díaz Mirón: entre los miserables y los parias

Salvador Díaz Mirón tiene una vasta obra que un breve espacio no podría abarcar el estudio profundo. Aquí se hará el intento por acercarse a un fragmento de su poética, una fracción que es por sí misma una provocación para iniciar la reflexión: “Los paria”.

“Los paria” es un poema que invoca a los seres perdidos de cualquier época.

¿Puede ser Víctor Hugo la inspiración de sus versos más que la realidad re-sentida en el México que muere, entre las sombras del siglo de las luces que poco lo alumbró? ¿Refleja la realidad del país en la época de la conformación del modernismo? ¿Es necesario estrechar los marcos referenciales de la expresión poética al contexto social y político para que cobre todo su esplendor?

Imagen Diaz Mirón Los Paria
Salvador Díaz Mirón

Díaz Mirón es un personaje entregado a los vericuetos de las batallas del nacionalismo para arrancar la patria de las manos de los conservadores, una valentía innata que cae y recae en la bravuconería del hidalgo, el romántico influenciado del amor europeo: un hombre contradictorio. José Emilio Pacheco lo representa:

“Díaz Mirón es el poeta del orgullo, su poesía es el fruto de la soberbia y el mal, el relámpago que ‘enciende mi alma negra’, la inmóvil serenidad contra el caos del mundo, la venganza contra las ofensas de la vida.”[1]

La poesía y las batallas se cruzan en medio del humo del fuego, y juntas producen un romanticismo que exalta el canto libertario de los hombres esclavizados.

Uno. Los paria

El siglo XIX se caracteriza por los turbulentos enfrentamientos que gestaron la nación mexicana, del optimismo ilusorio de los intelectuales que soñaban que ésta ya era una sociedad refinada equiparada al viejo continente, cuando la vida de los cafés, las mujeres perfumadas, los libros humedecidos por las importaciones, eran lo corriente para la clase dominante.

Sin embargo, en la misma época, los campesinos, los mineros, artesanos, obreros e indígenas, eran trabajadores que vestían harapos y comían poco. Aun así, el espíritu de un siglo se reflejó en las letras del poeta: romanticismo, ironía, belleza, valor, política, justicia…

“Los parias” inicia con la imagen de los restos de un hogar, una choza que alguna vez amparó frágilmente a una familia compuesta del padre, la madre y sus cuatro hijos.

La muerte ha sido producida bajo los más graves tormentos cotidianos que pueden herir a los hombres que esperan las resoluciones de la política; él fallece de fatiga: el trabajo que lo obliga a dejar la última resistencia de su vigor; ella, como la mujer apegada a las inclinaciones de él, por su virtud femenina, sucumbe de angustia; los hijos, en el abandono, perecen en el frío, con hambre y sed.

El eco de la voz del romanticismo francés asoma en los poemas del veracruzano, no sólo en los de amor, dedicadas a ellas, a las mujeres de ojos verdes, tez blanca y mechas rubias, sino por el aspecto social, a las estrofas que imploran justicia.

¿No es también Jean Valjean viendo sufrir a sus sobrinos por no tener un pedazo de pan que comer, quienes mueren de frío en las heladas tardes francas? ¿Los miserables que recorren las calles empedradas bajo las miradas de los nobles, y su misma presencia es la afrenta a Dios?

El bardo mexicano declara como si él hubiese conocido a los infortunados –cabría en este punto, cuestionar al narrador, o separarlo del escritor–: “¡Desventurados! Allí sufrían / ansia sin tregua, tortura cruel”.[2] Aquellas almas atormentadas increpaban a la divinidad: pregunta provocativa en una época en la que los próceres no se atrevían a cuestionar la existencia de Dios en la legalidad naciente de la Constitución y sus leyes.

¿A caso también puede recordarnos a El Nigromante en su acusación a los liberales por no dejar en la esfera de la vida privada la religiosidad, llegando incluso a negar a su dios? Díaz Mirón es consciente de la voz que alza: “Señor, ¿por qué?” La respuesta es fuerte e incisiva:

¡Oh Dios! Las gentes sencillas rinden
culto a tu nombre y a tu poder:
a ti demandan favores lo pobres,
a ti los tristes piden merced;
mas como el ruego resulta inútil
pienso que un día pronto tal vez–
no habrá miserias que se arrodillen,
¡no habrá dolores que tengan fe![3]

Inútiles son los ruegos. Lo que resalta no es una declaración romántica que impela al dios que mira sin emoción la miseria de sus criaturas, es la sentencia del ilustrado, en “Espinelas” enuncia: “¡No hay más Dios que la justicia / ni más ley que la razón!”[4]

Como Víctor Hugo, Salvador Díaz Mirón ha tenido la fortuna de nacer en una situación ventajosa, pero no por ello, impedido para tornar el rostro a los infelices. ¿Qué se puede esperar de la miseria de los hombres? Criminales, prostitutas, ladrones, mendigos, hijos de la desdicha: “¡Sobre los fangos y los abrojos / en que revuelca su desnudez, / cría querubes para el presidio / y serafines para el burdel!”[5]

México se llenaba de fábricas y obreros que trabajaban de 15 o 16 horas, extendiéndose a 20 horas y a veladas completas que se continuaban al día siguiente, en ocasiones sin un día de descanso, sin discriminar entre niños, adultos o ancianos.[6]

El trabajo rural, tampoco escapó a esta condición, llegando a ser una norma generalizada y, por si fuera poco, el pueblo era la carne de cañón de las batallas de los republicanos contra los conservadores –o viceversa–, lo que jamás pretendió ser un secreto. En “Los parias” se narra así:

El proletario levanta el muro,
practica el túnel, mueve el taller;
cultiva el campo, calienta el horno,
paga el tributo, carga el broquel;
y en la batalla sangrienta y grande,
blandiendo el hierro por patria o rey,
enseña al prócer con noble orgullo
¡cómo se cumple con el deber![7]

Para ensalzar todavía más, si cabe, a estos héroes, los muda en mártires:

Mas, ¡ay! ¿qué logra con su heroísmo?
¿Cuál es el premio, cuál su laurel?
El desdichado recoge ortigas
y apura el cáliz hasta la hez.
Leproso, mustio, deforme, airado
soporta apenas la dura ley,[8]

No se enjuicia al hombre, ni se critica al poeta. Se estudia la expresión poética de Díaz Mirón que al hacer de las letras una reunión de su pensamiento, ha permitido descubrir la palabra del espíritu mexicano del siglo XIX. Aunque, ¿se puede encontrar un aspecto específico que permita descubrir la expresión de un mexicano que digiere la mirada a la vida cruenta de su patria? O, ¿es una expresión universal?

Dos. ¿Parias o miserabes?

Lo que asemeja a los hombres es la inherencia ontológica: el sufrimiento, las alegrías, el amor, los miedos. Las situaciones de los pobres se igualan como los lujos de la clase dominante, sin importar el lugar.

En las calles de París, como en México, se podían ver a los pobres mendigando, a los trabajadores perdidos en las exhaustivas horas de labor. Incluso como Víctor Hugo, al caminar por las calles encharcadas de color escarlata que le inspiraran la obra de Los miserables, Díaz Mirón puede ser observado recorriendo los caminos carmesí de Le Petit París.

¡Cómo no encontrar similitudes entre los parias de México y los miserables de Francia!

A pesar de que es difícil comparar un poema con una novela, lo que se deduce es la analogía de los individuos que luchan, de las injusticias sociales, de las clases privilegiadas lidiando por el poder; en tanto el pueblo, ciego, espera su redención con la entrega de su vida. Es, por lo tanto, el eco de Víctor Hugo lo que resuena en el claro de aquel monte donde la familia sin nombre y apellido radicó alguna vez.

Ni Víctor Hugo es todo el romanticismo francés, ni sólo una obra suya resuena en los poemas del veracruzano, tampoco “Los parias” es la única representación de la influencia. La admiración de Díaz Mirón por el escritor francés no se puede ocultar, sobre todo antes de 1892, al igual que en los poemas recogidos en Lascas que publicó en 1901:

“[…] algunas citando estrofas, versos, imágenes, a renglón seguido o a doble columna, o simplemente limitándose a indicar la presencia de un ambiente que le parece victorhuguesco”.[9]

El poema dedicado a Víctor Hugo, en 1884, sólo es una muestra del afecto: ¿Qué fuerza más divina / que la de ese Titán que escala el cielo, / desafiando al rayo, –que fulmina / todo lo que se empina / sobre este bajo y miserable suelo: / espíritu y volcán, torre y encina?”[10] Los ideales de la redención y la justicia social, en esta etapa romántica, son parte esencial de la obra poética del mexicano. El romanticismo, pues, deviene en un movimiento social y poético.

Los héroes oscuros, escribió el poeta franco, son los hombres que viven en las cloacas, los que resisten bajo el peso de la ley, los criminales, es decir, los miserables. Para Salvador Díaz, los héroes anónimos son los que luchan en las batallas sin otro instrumento que su valor.  “A los héroes sin nombre”, poema de la primera época (1874-1992), les dedica así sus versos:

que moristeis a manos enemigas
fulgentes de entusiasmo las miradas,
tintas hasta los puños las espadas
y rotas por delante las lorigas.

¡Oscuros Alejandros y Espartacos!
La ingratitud de vuestro sino aterra
la musa de los himnos elegíacos.[11]

Pero no sólo a los hombres que luchan en el campo de batalla, también aquellos que luchan en la cotidianidad, los que aran la tierra, los que trabajan en los talleres, son parte del heroísmo, en “Un jornalero” se expresa:

Lírica gracia exorna y ennoblece
¡oh proletario! Tu mansión mezquina:
el tiesto con la planta que florece,
la jaula con el pájaro que trina.[12]

Este tipo de poemas tienen un contenido político, en la medida que la justicia es una plegaria constante. En el poema “Asonancias” (1884-1886), la rima asonante juega con la correspondencia de su intrínseca significación, entre soberanos y vasallos, que en una república tendrían que ser representantes y ciudadanos, sin embargo, Díaz Mirón se decanta por los vocablos de descendencia europea, sin que quite o desmerite el sentido:

Sabedlo, soberanos y vasallos,
próceres y mendigos:
nadie tendrá derecho a lo superfluo
mientras alguien carezca de lo estricto.[13]

Los poemas son el elogio al heroísmo, como su propio silabario.  Julio Hubard afirmó que en  “Idilio”, Díaz Mirón eligió los decasílabos heroicos[14] para los versos que componen sus estrofas, lo que puede encontrarse en otros poemas, como en “Los parias”, aunque, igualmente, hace uso de otro tipo de recursos y de identidades vocales.

En el último periodo de sus obras, el cambio es notorio, aunque el ímpetu del hombre sigue intacto, los años en presidio, su trabajo en el gobierno le impregna cierto desazón, lo que puede apreciarse en “Respuesta”, fechado en octubre de 1910: “¡Odio al burgués y desestimo al paria, / y en el conflicto de los monstruos, hiero / de filo al prócer y de plano al sudra![15]

Tres. ¿La redención de los parias?

José Emilio Pacheco señala que: “A la revuelta individual y la vindicación de los derechos personales contra todas las formas del poder, los rasgos románticos de su primera época, opone el Díaz Mirón de Lascas la pugna con los límites del idioma. No obstante, en ella el poeta sigue siendo el personaje y el teatro de su drama. Ahora el romántico es también parnasiano y simbolista, otra imposibilidad europea que en América se da sin conflicto.”[16]

Finalmente, América, en el caso concreto de México, tiene que hacer nacer su poesía en el siglo XIX, como identidad nacional, no es la poesía indígena cortada de tajo con la conquista, menos la española de la Colonia, aunque ha heredado la expresión europea; simplemente está en un momento excepcional, se encuentra en el siglo en el que nace México, el México del mestizaje y de la burguesía.

En Díaz Mirón no sólo se halla la voz de Víctor Hugo, sino la de otros literatos y poetas, como Charles Baudelaire. “El hábito de observar el modernismo sólo como un desprendimiento de la poesía francesa ha estorbado la consideración de otros modelos, sobre todo los italianos […]”[17], al igual que la de los poetas españoles, sin embargo, ello, no desestima al “último hijo de la estirpe romántica”.[18]

Salvador Díaz Mirón es un hombre controversial, bien se sabe de las vidas que cobró por sus arrebatos –reconocería, tiempo después, la exageración de sus acciones. ¿Cómo se enfrenta el poeta a sus demonios?

Adolfo Castañón señaló: “El nombre de Salvador Díaz: Mirón cifra tres elementos, y en su figura conviven tres funciones: el poeta, el hombre público y, suma de ambas, el personaje legendario”;[19] una condición excepcional del individuo:

“Romántico en la frontera de lo clásico, idealista en el límite del crimen y del cinismo, místico al borde de la disipación, sublime y deleznable, sentimental e impasible, rebelde y cautivo de sus invenciones, egoísta, ascético, y sujeto a una servidumbre voluntaria a la más férrea retórica, y generoso y magnánimo liberador de formas, divertido, perverso, irresistible.”[20]

Es inevitable que al buscar al poeta, se encuentre al hombre, y en su poesía, la acción de una persona. La expresión de Gabriel Méndez Plancarte, al referirse a Salvador, es oportuna: “¡Lástima que el poeta oro arrastre a veces fangos; lástima que, el poeta haya sido tan superior al hombre!”.[21]

La poesía se rige bajo las leyes ahistóricas[22], una significación que surge en la primera impresión que nos comunica un contenido individual a través del placer estético, que aunque el poema se produzca en un tiempo-espacio concreto traspasa las fronteras de su propia expresión.

Por ello, es que un poema como “Los parias” puede responder al tiempo actual, aun cuando el lector no sepa el origen del poema y del poeta puede hacerlo suyo, tal vez, por esto, José Emilio Pacheco abre el texto a la Antología del modernismo como sigue: “Los modernistas parecen nuestros contemporáneos en muchos sentidos”.[23] Los miserables y los parias siguen existiendo.

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  • [1] José Emilio Pacheco, Antología del modernismo, p. 37.
  • [2] Salvador Díaz Mirón, “Los parias” en Antología 200 años de poesía mexicana, p. 639.
  • [3] Ibid., p. 640.
  • [4] Salvador Díaz Mirón, “Espinelas” Apud José Almoina, “Bajo el signo de Lascas” en Salvador Díaz Mirón, Lascas, p. 231.
  • [5] S. Díaz Mirón, “Los parias”, p. 640.
  • [6] Cf. Anne Staples, Historia de la vida cotidiana en México. Bienes y vivencias. El siglo XIX, pp. 537-543.
  • [7] S. Díaz Mirón, “Los parias”, p. 640.
  • [8] Ibid., p. 641.
  • [9] Manuel Sol Tlachi, “Salvador Díaz Mirón, traductor de Víctor Hugo”, p. 59.
  • [10] Salvador Díaz Mirón, “Víctor Hugo”, en UANL, Antología de poetas mexicanos, p. 257.
  • [11] Salvador Díaz Mirón, “A los héroes sin nombre” en Andrew P. Debicki. Antología de la poesía mexicana moderna, p. 46.
  • [12] Salvador Díaz Mirón, “Un jornalero” en Lascas, p. 86.
  • [13] Salvador Díaz Mirón, “Asonancias”, en  Andrew P. Debicki, Op. cit., p. 47.
  • [14]Cf. Julio Hubard, “Duda Modernista”, 25 de enero de 2007, artículo en línea en el Blog de Letras Libres: http://www.letraslibres.com/blogs/duda-modernista
  • [15] Salvador Díaz Mirón, “Respuesta”, en Revista Biblioteca de México, no. 76, p. 20.
  • [16] José Emilio Pacheco, “Reloj de arena: Díaz Mirón en el centenario de Lascas”, en Letras Libres, p. 35.
  • [17] Ibidem.
  • [18] Adolfo Castañón, “Las tres palabras de Salvador Díaz Mirón” en Vuelta no. 252, p. 11.
  • [19] Ibidem.
  • [20] Ibidem.
  • [21] Gabriel Méndez Plancarte, “Salvador Díaz Mirón (1853-1928)” en Revista de la Universidad, p. 10.
  • [22] Cf. Carlos Bousoño, La teoría de la expresión poética, p. 16.
  • [23] José Emilio Pacheco Prefacio a la Antología del modernismo, p. VII.

Bibliografía

  • Bousoño, Carlos. La teoría de la expresión poética. Madrid, Ed. Gredos, 1985 [7ª edición].
  • Castañón, Adolfo. “Las tres palabras de Salvador Díaz Mirón” en Vuelta, no. 252, México, noviembre de 1997, 11-14pp.
  • Debicki, Andrew P. (selección, introducción, notas y comentarios). Antología de la poesía mexicana moderna. Londres, Tamsi Books, 1997.
  • Díaz Mirón, Salvador. “Los parias” en Antología 200 años de poesía mexicana. México, Ed. Éxodo, 2012, 639-641pp. [1ª reimpresión]
  • Díaz Mirón, Salvador. “Poemas selectos” en Revista Biblioteca de México. No. 76, México, CONACULTA, julio-agosto de 2003, 10-21pp.
  • Díaz Mirón, Salvador. Lascas. Nota preliminar, edición y selección de ensayos de Manuel Sol. Veracruz, Gobierno del estado de Veracruz, 2001.
  • Hubard, Julio. “Duda Modernista”, 25 de enero de 2007, artículo en línea en el Blog de Letras Libres: http://www.letraslibres.com/blogs/duda-modernista
  • Méndez Plancarte, Gabriel. “Salvador Díaz Mirón (1853-1928)” en Revista de la Universidad, no. 8, México, septiembre de 1936, 9-14pp.
  • Pacheco, José Emilio. “Reloj de arena: Díaz Mirón en el centenario de Lascas” en Letras Libres. México, septiembre 2001, 34-36pp.
  • Pacheco, José Emilio. Antología del modernismo. México, UNAM-Era, 1999.
  • Sol Tlachi, Manuel. “Salvador Díaz Mirón, traductor de Víctor Hugo” en Vuelta, no. 170, México, enero 1991, 59-61pp.
  • Staples, Anne. Historia de la vida cotidiana en México. Bienes y vivencias. El siglo XIX, Tomo IV. México, Colegio de México- FCE, 2005.
  • UANL. Antología de poetas mexicanos. México, Oficina de la Secretaría de Fomento-UANL, 1984.

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