“Benzulul” de Eraclio Zepeda da cuenta de la complejidad de la interacción de dos sociedades diferentes, una de las cuales está política y económicamente en ventaja, pero lejos de parecer moralista, incluso ante un final trágico, nos muestra cómo un hombre se pierde por el deseo creado en un contexto social específico.
Zepeda retrata una sociedad en el que la palabra, el chulel y el nahual son uno mismo; aunque no alcanza a sentenciar que el chulel es el “corazón” del hombre y de todo cuanto existe. El chulel es corazón, es nahual, es palabra. Algunos podrán traducirlo como espíritu, pero es posible que la noción nos limite la comprensión de otro mundo. La Nana le dice a Benzulul:
“El nombre no sólo es el ruido. No sólo es un cuero de vaca que te escuende. El nombre es como un cofrecito. Guarda mucho. Tá lleno. Son espíritus que te cuidan. Da juerzas. Da sangre. Según el nombre es el chulel que te cuida”.
Benzulul
Los pensamientos de Benzulul han guardado las huellas del tiempo, cada movimiento, cada sabiduría que el camino le ha revelado, asimismo se han nublado al comprender el riesgo de traicionar el silencio.
Benzulul: ¿cuándo el sentido puede cambiarlo todo?
Sin embargo, cuando la Nana le revela la naturaleza del chulel, el pensamiento más negro: “No sirve de nada ser Benzulul, es mejor ser Encarnación Salvatierra”, se convierte en el punto de inflexión para transgredir el orden de los dos sistemas, ¿qué significado tiene esto? Una denuncia.
El deseo de una posición mejor encarna las vejaciones, los silencios, las interrupciones de los propios anhelos que se escapan frente a la impunidad, la riqueza, el libertinaje del otro que tiene derecho a todo; igualmente, a sí mismo y cuanto él representa se ve quebrado, aun cuando se siente diferente después del “cambio”. Tanto en una sociedad como otra, cambiar de chulel es un atentado contra el status quo.
Hay quienes interpretan el mundo indígena como supersticioso, ¿hay forma de medir la idiosincrasia de una sociedad desde afuera? La diferencia entre la afirmación de un nahual o de Jesús, e incluso de la ciencia, está conformada, no por los valores intrínsecos que existen en estos símbolos, sino por las relaciones de poder que definen y clasifican cuál conocimiento es mejor.
Por cierto, si los lectores al leer este libro desean entender mejor el Ch’uel, pueden rastrear a los filósofos tsotsiles Manuel Bolom Pale y Miguel Hernández Díaz.