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Reseña: cuentos de José María Arguedas

Los cuentos de José María Arguedas muestran los conflictos, las contradicciones de las personas. Quizá en reflejo de lo que veía en los pueblos indígenas de Perú y lo que su mismo espíritu experimentaba. Hace gala de conceptos quechuas, una lengua que él conocía de su niñez, así como del contexto cultural de los pueblos originarios. Sin duda, hay mucho que reflexionar desde sus textos.

Para los lectores que desconozcan la lengua quechua, los elementos culturales podrán ayudarlos a entender los cuentos de Arguedas.

Una reseña de los cuentos “Agua” y “Diamantes y Pedernales” de José María Arguedas

Tres asuntos que tratar de los dos cuentos de Arguedas: el músico como personaje central; la venganza frustrada y la tragedia: ¿hay una mezcla más seductora en la vida? Ambos textos se van desarrollando entre dos lenguajes, como un lugar fronterizo que se escurre como el agua, el mismo que corre por el primer cuento de Arguedas, del cual se ha apoderado el atok’ (zorro), y cuya tranquilidad descansa en el revólver que hace sonar como fuego de volcán para hacer huir a los sanjuanenses.

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Portada del libro “Diamantes y Pedernales” y “Agua” de José María Arguedas

La historia se desarrolla en medio de la espera y la fiesta creada por la corneta de Pantaleón; se presiente “algo”, una confrontación quizá; las dudas de los pobladores nos inquietan, entonces, uno se pregunta, ¿por qué no pelean?, como si tal cosa fuera de lo más simple, o por lo menos, se puede intuir en Arguedas que la respuesta no es fácil, pues debió conocer muchos testimonios. La disputa discurre por el tema del agua.

La tierra seca, castigo de Taytacha, conduce a los hombres para levantar la voz, a veces tímida, pero agraviada, aunque pronto los ruegos se extinguen y sólo Pantaleón cree tener la certeza de que ganaran; su temeridad, no obstante, es insuficiente para cambiar el destino de la propiedad del agua.

Ni el mak’tillo que dijo que se haría destripar con el barroso de doña Juana por el músico, ni el tinki que es hombre y su Wallpa, ni los deseos que pudo provocar en el lector, pudieron impedir el desenlace. Ni el “niño” Ernesto pudo evitar que su amigo falleciera y, si bien, quiso vengarse, se quedó en un intento fallido, por lo que también huyó, sólo que él lo hace a Utek’pampa, al lugar que le tenía cariño, “donde los k’erk’kales y la caña de maíz son más dulces que en ningún otro sitio”, al lugar de los versos de su canción favorita que pidió por última vez a Pantocha:

Utek’pampa,
Utek’pampita,
tus perdices son los ojos amorosos,
tus calandrias engañadoras cantan al robar,
tus torcazas me enamoran,
Utek’pampa,
Utek’pampita.

En el cuento de “Diamantes y Pedernales”, la adoración al músico se materializa en el cuerpo del upa Don Mariano, cuya música recordaba a la de los pueblos fruteros del interior, muy suave, como el murmullo del río y de la tibia montaña donde nació. La danza y la felicidad que acompañaban a la música transgredían el orden natural del upa, una posesión quasimodesca que se balancea entre las calles quechuas.

Muere por el arrebato celoso de Don Aparicio, a quien Mariano seguía por todo el pueblo, tocando su arpa, hasta el día en que la fatalidad quiso que Irma le convenciera para que tocara para el patrón en su casa.

Don Aparicio fragua después del entierro la venganza contra Irma, se deshace de la rubia de ojos azules, por quien había enloquecido momentáneamente. Después le quita un pedazo de carne al potro que tanto quería para dárselo al killincho, que se prendió cómodamente de la tela de su saco. Así, se entrega a la vida, dejando inconclusa la venganza que se inventó.

Semejante al upa que iba detrás del patrón “sólo para él”, ahora éste se va con el halcón:

—¡Mejor me voy contigo! Y dejo a las vidas que vayan solas adonde quieran en este pueblo, exclamó alegre Don Aparicio, mientras la sangre del potro escurría por su pecho, y acaba diciendo: —¡Como yo, ‘Halcón’! ¡Como yo, no más!

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En ambos textos puede leerse de fondo la propiedad social sobre las personas, los diálogos transcritos de la oralidad, un arrastre de las personas del pueblo, como si carecieran de voluntad, pero se puede concluir de sus desenlaces trágicos, que no hay retrato más fiel a los hombres, que las palabras que describen la realidad con todos sus fundamentos contradictorios: la cobardía personal y el valor de último momento.


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