¿Profesores? ¿Quieres ser profesor?
Recuerdo recién graduada, cuando mis amigos de licenciatura encontraron trabajo como docentes en algunas universidades y bachilleratos. La verdad sentía un poco de envidia, porque el trabajo me parecía extraordinario y yo intentaba conseguir algo sobre la redacción y escritura. Con el tiempo y mi desesperación, me daba cuenta de que ellos tenían un trabajo estable, mientras tenía que buscar clientes.
Pasó el tiempo y pude ir consiguiendo trabajillos de freelance como redactora, que si bien, no era un gran salario, me permitía hacer lo que me gustaba mientras iba consiguiendo más chamba. Sin embargo, la espinilla de ser profesora se me quedó como una de las profesiones más nobles. A final de cuentas tenía un poco de experiencia, aunque no en la ciudad, sino en una comunidad indígena. Y, aquella experiencia, me había gustado.
Así conseguí empleo en una preparatoria abierta, aunque me sentí a gusto, la paga no era la mejor. Sólo estuve durante un semestre. Años después conseguí una plaza en un colegio privado a nivel secundaria. Aquí mi decepción fue grande. Las altas colegiaturas que las escuelas privadas cobran a sus clientes no llegan a los docentes. A los docentes de las escuelas se les exige materiales que deben comprar con su dinero, incluso los regalos del Día del Niño y el Estudiante deben pagarlos ellos mismos. Si de por sí el salario es bajo ahora imagínate comprar lo necesario para impartir tus clases.
Esto último no se compara con el trabajo docente en las comunidades indígenas, pues como profesores muchas veces también compramos materiales para los estudiantes, pero se entiende porque muchas personas no tienen el acceso ni las condiciones económicas para comprar lo necesario. En cambio, en un colegio privado de la Ciudad de México, las familias tienen el poder adquisitivo. El asunto no se centra en las familias sino en las escuelas que deberían pagar mejor.
Ahora con la pandemia retomé las charlas pendientes con los amigos profesores para preguntarles cómo iba su vida. Y ¡oh sorpresa!, con la pandemia el asunto estaba mucho peor. Pues tuvieron que pagar internet, quienes no lo tenían, debieron comprar computadoras o accesorios como micrófonos, diademas y cámaras. El recibo de la luz también les aumentó, lo mismo que las horas invertidas, pues debían atender más mensajes: chats y correos electrónicos.
El salario es muy bajo para una profesión en la que descansan las actividades de casi todas las personas, pues son quienes nos enseñan lo más básico, como leer y escribir, hasta las grandes especializaciones. Hay que considerar que se pagan sólo las horas frente a grupo y no las horas que un profesor debe pasar para preparar su clase: investigar, realizar y comprar materiales, asesoría a los alumnos, revisión de tareas, preparación de exámenes, juntas y cursos.
A la hora de preguntarle a una amiga que había empezado a dar clases en el Bachilleres me dijo que los primeros semestres habían sido un tormento por no saber si iba a continuar laborando pues debía iniciar cada semestre el proceso para la vacante, ahora ya tiene una plaza, por lo cual tiene mayor seguridad, pero muchos de sus compañeros no fueron recontratados, así que debían lidiar con la precariedad buscando más horas en el sector educativo privado, que por paradójico que parezca la paga es peor a sus agremiados.
La situación, a decir de un amigo que es profesor de asignatura en la UNAM, no es mejor. Hace unos meses estuvo en boca de las redes sociales que a los profesores se les había dejado de pagar, lo que destapó algunas injusticias por parte de la Máxima Casa de Estudios.
A decir de mi amigo, a quien creí en la gloria, porque es profesor de la UNAM, parece que sólo queda el prestigio de pertenecer a una gran universidad, pues hay una gran desigualdad en los salarios de profesores de asignatura y los profesores que son “vacas sagradas”, quienes pueden tener viáticos, adjuntos y becarios que les hacen la chamba.
En la UNAM el 63% de los profesores son de asignatura y son quienes sostienen con su trabajo, el prestigio de la Universidad.
Muchos aspirantes a profesores intentan en cada convocatoria de la Secretaría de la Educación Pública (SEP) o de las universidades públicas, ingresar por medio de exámenes, pruebas y proyectos, con la intención de tener cierta seguridad en su empleo, pero la verdad es que ni esto les garantiza una mejor calidad en su profesión, pues existen muchos candados para que puedan ser respaldados, al contrario, parece que las instituciones se aprovechan.
En las universidades públicas para poder postularte a una vacante te exigen actividades que muchas veces son sin paga pero que te requieren mucho tiempo, como son las investigaciones y publicaciones. En las revistas de las universidades, las publicaciones no retribuyen ni un peso a los investigadores.
En las escuelas públicas y privadas de todos los niveles se le exige al docente muchas actividades para el enriquecimiento de las instituciones y el mejoramiento de la educación, pero sin dar un salario justo. Muchos profesores deben de dar clases en diferentes instituciones, llenarse de horas-clase para poder subsistir, lo que hace que también disminuya la calidad en su propio aprendizaje y actualización.
Todavía peor, es que la misma sociedad tache a los docentes de “flojos” porque no están actualizados, porque se van a paro si exigen un mejor salario, o porque no contestan los mensajes de cientos de alumnos que pueden tener en un día.
Los docentes deben desvelarse, deben atender alumnos, hacerla incluso de psicólogos, acompañar a sus pupilos en sus problemas, enseñar su materia, calificar cientos de tareas, pero también recibir insultos de gente ajena a la profesión, de los padres que no aceptan una calificación, de los alumnos que se sienten rebeldes, con un salario que no cubre nada de eso. Definitivamente, para ser profesor se necesita tener una gran vocación.
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