Imagen Venta de niñas indígenas

¿Venta de niñas en los pueblos indígenas?

¡Qué rebatinga de comentarios racistas han surgido por la venta de niñas indígenas! Las redes sociales se llenan de opiniones de odio y muy pocas de empatía hacia la niñez abusada. El tema se ha vuelto más polémico que de costumbre —pues cada cierto tiempo resurge en los medios— por las opiniones de AMLO.

El tema ha servido para que las personas saquen su racismo hacia los pueblos indígenas, sin embargo, la venta de niñas no es un asunto exclusivo de ciertas culturas, es un delito global. Aunque las acciones de la “venta” y su forma de entenderla, sí dependen de nuestra cultura. Por ello, tenemos sesgos al revisarnos como sociedad. En pocas palabras, vemos la paja en el ojo ajeno, sin ser capaces de entender nuestra ceguera. El punto es que la venta conlleva diferentes tipos de prácticas que son veladas por argumentos normalizados.

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Antes de empezar a juzgar deberíamos revisar bien el fondo. Lo primero es la idea de homogeneizar a todos los pueblos, como si estos fueran iguales y hubieran tenido los mismos procesos. Por ello, insisto en ver a los pueblos de forma independiente entre sí, aunque compartan la lengua o sean cercanos territorialmente, porque esto no nos dice mucho. Cada pueblo tiene un proceso particular (histórico, cultural, económico, social, etc.) y de modulación con el ejercicio del poder.

Si bien, eso que llaman “usos y costumbres” oculta una serie de situaciones, características, elementos, funciones y peculiaridades, justamente cada una de estas formaciones le dan un carácter específico a una comunidad.

Así un pueblo pudo evitar las negociaciones con el Estado (o gobierno en turno) y ser claramente opositor, sin embargo, haber sido muy partidario (por obligación o decisión) de la religión católica, lo cual podría darle una cierta personalidad: defensor del territorio, pero una sociedad machista.

Otro ejemplo, podría ser que, al negarse a participar de la religión católica, tenga ciertos rasgos de machismos por la migración e importación cultural. O bien, un pueblo que tenga mayor propensión a obtener apoyos económicos gubernamentales, por la estrechez de sus líderes con el ámbito político, puede inclinarse a ciertas acciones ilegales, como la trata de personas. También pueden darse las decisiones comunitarias en favor de la participación capitalista de forma activa, incluyendo la venta de terrenos a personas que no sean del pueblo y modificando sus estructuras. Todas y cualquier combinación es posible.

En cualquier situación podrían estar las sociedades que participan de la venta de niñas (y niños), en el caso en boga, de la venta para el matrimonio, es decir, que pidan dinero como tal, para hacer la transacción, no obstante, ¿esto sería equiparable a las dádivas que se dan cuando dos personas van a contraer matrimonio?

Si un matrimonio involucra a dos seres de 15 años dentro de una comunidad, por decisiones personales —sí, personales—, no significa que estén obligados ni que los obsequios sean una especie de compraventa, pues responden a los vínculos que ambas familias contraen, así se ofrece tanto para el hombre como para la mujer. Estas personas, si bien muy jóvenes, empezarán a asumir su vida comunitaria en acompañamiento de sus mayores. Aquí, una línea muy delgada se empieza a dibujar.

Pues, para quienes no sean de la comunidad, este acto podrá parecerles una venta. Lo cual está muy alejado. La idea de “adolescencia” en varias lenguas indígenas no existe, sería una etapa de juventud temprana. Por ello, muchas niñas y niños a partir de los doce años comienzan a involucrarse en las acciones comunitarias: ir a limpiar la colindancia, apoyar en las cocinas de las fiestas, acudir a las asambleas, etcétera.  

El nudo se encuentra que, en el país, convergen sociedades dispares. Por un lado, varias sociedades indígenas comprenden la niñez y la adultez de forma diferente, dentro de lo cual se permiten también algunos abusos. Por ejemplo, que niñas y niños salgan a trabajar a una edad muy temprana, incluso sin compañía de un adulto, y que la sociedad mestiza se aproveche para emplearlos en condiciones inhumanas. ¿Cómo evitar el trabajo infantil en estas situaciones? Un contexto tan complejo no se explica fácilmente.

De igual manera, está el asunto de que las sociedades occidentales tienden a la infantilización de sus adultos. La madurez tarda más en llegar, en algunos casos ni a los treinta años son seres independientes, de ahí que eviten asumir sus responsabilidades, incluyendo sus faltas. Lo anterior no exime a las familias que hacen que la niñez se enfrente a situaciones extremas para su sobrevivencia.

La venta de niñas en todas las sociedades es una realidad.

Regresando al tema, ahora imaginemos un escenario en el cual una niña de doce años sea dada en matrimonio para saldar las deudas, o vendida en una transacción monetaria, o simplemente ofrecida para satisfacción de un adulto, sin importar, en qué sociedad suceda, indígena o capitalina, es un delito, lo es porque está determinada por el intercambio mercantil en el que la persona afectada es rehén de su familia, lo es porque la persona no tiene la decisión para casarse, o quedarse en casa de sus padres.

Y he aquí lo difícil porque entonces se usan las leyes a conveniencia, claro, porque legalmente es una niña que no podría decidir, sino que debe estar a merced de sus padres, a lo que decidan. Lo cual, según la ONU, iría contra sus derechos. Entre nosotros diríamos que no se requiere de esta normativa, cuando deberían ser derechos inalienables, pero conocemos también la historia del derecho.

Ahora bien, la gente de las redes sociales se siente abanderada en pro de la justicia, y lo creeríamos si no fueran por sus comentarios racistas de que “todas las comunidades lo hacen”, que “son unos salvajes”, que “alguien debería llevarles la educación y civilización” (cómo si estos no fueran los precursores de muchas situaciones machistas), o bien, que usen esto para sus disyuntivas políticas. Igualmente, se les olvida su autocrítica al modo en que los matrimonios se realizan en estas sociedades “occidentales”, en el que también venden a las mujeres al mejor postor o en el que la trata de personas es una ignominia que nace de culturas “muy civilizadas”.

Además de que son partícipes de otro tipo de venta de niñas y niños indígenas, ¿o qué piensan que es cuando solicitan una “muchacha” de un pueblo? (tan común, tan a la luz del día, tan evidente), cuando ponen énfasis en que sea alguien a quien puedan enseñarle, lo cual no sólo aplica a las empleadas del hogar (qué bonita palabra, eso no cambia la relación que siempre ha habido en esta sustracción de personas para el servicio de las casas), sino a una gran cantidad de oficios y empleos en el que se ocupa a los niños indígenas porque son mano de obra barata o esclava (sin descontar los criminales, como la trata infantil, el robo, el narco, etc.).

La venta de niños y niñas tiene distintos tipos de diversificación y responde a un punto más crucial, a uno añejo: la utilidad de la niñez; tener hijos para que te mantengan, para obtener apoyos gubernamentales, para que te cuiden de viejo o para cumplir con el mandato social, dando un valor económico y mercantil a un vínculo en el que aprendemos culturalmente a cómo relacionarnos.

Sí, totalmente, contra la venta de niñas, niños y cualquier persona en la edad que sea y de la cultura que sea, sólo que algunos no tienen idea de que somos parte del problema. Todos. Estamos en un sistema mercantil y, en este sentido, algunas ventas parecen más nobles, como vendernos a un trabajo desagradable.

Fue terrible presenciar durante la pandemia cómo las personas están tan comprometidas con el sistema, que son incapaces de mandar al diablo a un patrón cuando su vida está en peligro. Perdón que lo diga, pero no me vengan con aquello de que no se puede dejar el trabajo porque… (cualquier explicación cabe aquí), pues esta misma explicación es la justificación para la venta de personas. El dinero está por encima de la vida, la dignidad. Y miren que he tenido muchos trabajos que nunca hubiera querido hacer sólo para mantener a la familia, ¡vaya!, como muchos de ustedes.

Pero, finalmente, lo que vemos es un sistema que lo permite y lo alienta: es mejor tener dinero (y nos lo tragamos), porque este sistema es capitalista y lo necesitamos. Entonces nos volvemos objetos desechables. ¿Qué pasará por la mente de una niña que será vendida a un hombre? No, no sólo cabe la idea de “no quiero” o “yo prefiero estudiar”, es la puerta al terror y el silencio. Un silencio avalado por quienes te rodean, para ser torturada a las anchas de un criminal, con total impunidad. Un hecho que se ha venido dando, también en las sociedades hispanohablantes y citadinas, sino pregúnteles a sus abuelas y madres casadas con hombres que les doblaban la edad.

Los niños que deben enfrentarse a un mundo cruel no se contentan con frasecitas de apoyo ni tienen la vida tan romantizada (¿recuerdan a Javier, el niño que llevó a su abuelo en silla de ruedas a vacunar?, cuando lo entrevistaron, dejó salir una risilla mal disimulada al contestar que le gustaría ser doctor; esas cosas poco pasan).

Me pregunto si una sociedad infantilizada puede comprenderlo, una sociedad infantilizada que sobreprotege a sus adultos al grado de que tengan tanto miedo de independizarse del sistema, de su verdugo, que prefieren aguantarse. Es la misma sociedad que vende a sus hijas sin un ápice de vergüenza o aquella que deja que el abuso sexual infantil sea algo común, pero que se desgarra las vestiduras en discursos baratos. Pedir “justicia” por la niñez, va más allá de nuestras buenas intenciones.

Las frases moralistas no sirven para estos casos, sirve que seamos adultos con todo lo que implica, pero si tenemos miedo y somos rehenes del sistema, ¿cómo pretendemos salvar a las niñas y niños? Este sistema crecía en nuestra niñez, crecía con nuestros abuelos, aquellos niños obligados a trabajar, abusados sexualmente o esos niños que vivieron en el paraíso que sus padres les construyeron, somos los adultos ahora, así que no, no es un asunto exclusivo de los pueblos originarios ni de las sociedades no-indígenas y, sin embargo, sí somos responsables por ser parte de éstas y faltarnos el valor para romper con las ligaduras del sistema.


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