Imagen Al otro lado de la esquina

“Al otro lado de la esquina” es texto que fue escrito en dos tandas y revisado otras más. Trabajé durante varios años, recorriendo los pueblos zapotecos de Valles Centrales, en Oaxaca. A veces me sentaba para ver los paisajes. Algo que me asombró mucho, fue encontrarme con lugares áridos y silenciosos. Estaba acostumbrada al bullicio de la naturaleza en las montañas, al ruido de las ciudades, pero aquellos páramos me extasiaban.

Algunos pueblos parecían vacíos. Las casas quedaban abandonadas. Viviendas que a mí me hubiera gustado habitar, porque nunca había visto ¡casas de adobe de dos pisos! Muchas comunidades tenían altos índices de migración hacia los Estados Unidos. Mucho migrantes no regresaban, así que las familias tenían la peculiaridad de estar conformadas por personas de la tercera edad y por niños pequeños.

Esto último hacía que los niños fueran más independientes de lo acostumbrado. Y esto es ya de por sí extraordinario, porque la vida en las comunidades hace que la niñez sea más desprendida de los adultos, no es como en las ciudades que requieren de cuidados extremos.

Así, me hizo recordar algunas experiencias que algunos niños y niñas en situación de trabajo infantil en las ciudades, debemos hacer: cuidarnos a nosotros mismo, sin que a veces salgan bien las cosas.

Aquí comparto unas breves líneas de las aventuras de un grupo peculiar que debe enfrentar a unos fantasmas o, ¿quizá monstruos?

“Al otro lado de la esquina” relata lo que se puede hallar, justo al dar vuelta en una esquina, en un lugar que podría ser muy conocido para todos, pero que puede ocultar lo más inesperado.

Imagen Al otro lado de la esquina
Fotografía de Víctor Matías Rendón. Para el cuento de “Al otro lado de la esquina”.

FRAGMENTOS

Al otro lado de la esquina

Un grupo de niñas y niños, entre ocho a diez años, se reúnen para tramar su siguiente fechoría, uno de ellos, el más alto, propone ir a la casa abandonada, una niña a ver a Don Cuentos, pero los demás se niegan, prefieren ir a molestar a Doña Corajes. Como comprenderán los verdaderos nombres de los adultos a los que se refieren fueron sustituidos por los adjetivos que mejor describía a la persona en cuestión, igualmente, ellos ostentaban sus apodos.

*

El Jefe Ra encabezaba la marcha, tenía una mochila vieja en la espalda y una linterna con muy poca pila alumbrando el camino, le seguía de cerca el Chiflas con una resortera, cuya buena dotación de piedrecillas, recogidas del río, abultaban las bolsas de su pantalón, luego venía Maya agarrada de la mano de la China y, cerrando la comitiva, Quique.

En definitiva, el Chiflas no cree que se pueda encontrar algo, es más comienza a pensar que lo de los fantasmas es puro cuento, que no existen. Pero, si los demás lo creen, pues ni modo, apechuga, aguanta y se muestra tan soberano de la situación que ni percibe ni se entera, en su momento, de la sombra que cubre la luz de la linterna de mano, hasta que el Jefe pregunta “¿lo has visto?” y las niñas respingan agarrándose de Quique.

La casa embrujada era una vivienda de dos plantas, construida de adobe y castillos de madera, con unas ventanas pequeñas en la parte superior de cada habitación, como si fuera una mala réplica de las casonas antiguas y de las celdas de los monasterios, casas como éstas aún se miran en gran cantidad entre las calles de las comunidades zapotecas; estaba sellada en todas sus aberturas con maderas y telas, excepto por una rendija de una de las puerta de atrás que, últimamente, se había ensanchado más; entre las paredes frías de la casa se albergaban algunos muebles rústicos y vetustos que ayudaban a la imaginación de los niños.

Aunque había sido investigada un sinnúmero de veces y muchos niños juraban y perjuraban que habían visto algo, los cinco protagonistas de esta historia no habían encontrado ni rastro de alguna prueba, puede deberse a su natural escepticismo científico o porque su sinceridad les impedía mentirse, el hecho es que si ellos podían dar fe de un encuentro con lo sobrenatural serían los más grandes descubridores del mundo, su foto saldría en los libros de texto, saldrían en la televisión y hasta podrían hacer una película, por esas y otras razones no se daban por vencidos.

Al Enano nunca le habían gustado los fantasmas, ni nada que tuviera que ver con los monstruos, su abuelita nunca lo dejaba ver las películas de contenido “fuerte” porque siempre tenía pesadillas, no entraba jamás a la casa de espantos de las ferias locales y, por si fuera poco, le atemorizaban los ladridos de los perros.

El Jefe Ra le tenía mucho aprecio y también una gran dosis de paciencia. De lo que nadie dudaba es que si se necesitaba de su fuerza él podría actuar de acuerdo con las circunstancias. Así que por extraños designios Quique propuso ir a la casa abandonada y después de tanto discutir, todos habían aceptado; tampoco ninguno se había puesto a reparar en estos argumentos, y si le hubieran preguntado, con seguridad, ni él hubiera podido decir por qué tenía interés en explorar el lugar.

—¿Una sombra? ¿Dónde? —Preguntó el Chiflas interesado ante el silencio de sus colegas, luego murmuró para continuar— vamos a investigar.

(AMR, 2013; AMR, 2018)
Imagen esquina pueblo
Fotografía de Víctor Matías Rendón

*Publicado en la Revista Electrónica Sinfín, noviembre – diciembre 2013 y en el libro Historias de transición.


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