Este ensayo, como lo expliqué para “El amor y otros monstruos: Quasimodo” nació entre las montañas mixes, aunque se terminó de publicar entre los espacios citadinos de la Ciudad de México. Esta sería la segunda parte, o la continuidad a la primera tentativa sobre la obra de Víctor Hugo. Esta vez, centrada en la fatalidad y las pasiones del arcediano: Claudio Frollo.
La fatalidad y otras pasiones: Claudio Frollo (fragmento)
VI. Tragedia
Las gotas impolutas del cielo grisáceo caen sobre las páginas del libro, grandes y enérgicas, manchan las letras, desgarrándolas. El hombre que sostiene el libro no siente los indicios de la tormenta, ya no le importa, su destino está pendiendo de su propia tragedia…
La tragedia es pathos. Pero la pasión no siempre produce héroes como lo hacía en la Grecia Clásica. Para los griegos el sufrimiento inmerecido no es trágico, la tragedia se halla en la capacidad de sentir, de hacer de un hombre cualquiera, un héroe. El espectador de las tragedias podía sentir piedad y miedo ante un hombre engrandecido por sus acciones.
El hombre medieval, por el contrario, se deja arrastrar por sus pasiones sin que pueda engrandecerse, se hunde en el fuego, se extasía en su dolor, de este modo se va conjugando con su destino. Existe, entonces, una analogía entre tragedia y significación de la vida. El sentido de estar y ser en la vida, es ya de por sí poético. Esquilo, Eurípides y Sófocles lo entendieron antes. Shakespeare, Víctor Hugo y Charles Dickens hicieron lo propio en el siglo de las luces. “El poder del hombre puesto de manifiesto en el poeta” expresó Goethe.
Publicado en Revista Sinfín, número 7, septiembre – octubre de 2014.