Imagen Quasimodo

¡Quasimodo! Durante mucho tiempo el libro de Víctor Hugo, Nuestra Señora de París, fue un texto que me conmovió mucho. Recuerdo que lo compré en un puesto callejero, de segunda mano, cuyas hojas se estaban desprendiendo, por unos cuantos nuevos pesos de aquella década infame de los noventa del siglo XX, cuya crisis nos dejaba sólo con nuestros sueños.

El dependiente al ver mi indecisión me aseguró que estaba completo. Aquí entre nos, la duda se debía al escaso dinero que en esa época tenía. Poco tiempo después de trabajar en la ciudad, regresé a la comunidad de Santiago Zacatepec para el corte de café, que en noviembre era la temporada idónea. Por lo que este texto fue leído entre las montañas, con la neblina, el frío y las tazas de café.

Así, durante años pensé que debía escribir un ensayo sobre mi hermoso Quasimodo y el amor, un monstruo del que pocos pueden escapar. Incluso mi intención era dedicarle un libro de ensayos sobre cada uno de los personajes emblemáticos. Al final, sólo conseguí realizar dos: éste y sobre el arcediano, Claudio Frollo. El texto se escribió entre algunos garabatos redactados en un cuaderno de viajera con el que soñaba en volverme escritora. Años después, varios años después, cuando iniciamos la revista Sinfín, me pareció oportuno estrenarme con este texto.

Aquí comparto sólo un fragmento, el texto completo puede leerse en la Revista Sinfín.

Imagen Quasimodo
“Ángel en Notre Dame”. Fotografía de Gabriel Chazarreta.

FRAGMENTO

VI. ¿Quasimodo enamorado?

Quasimodo se había dejado atar y conducir a la picota, tenía que pagar el delito. Un rostro asombrado por los hechos recientes revelaba la confusión. La giba desnuda, el pecho de camello, sus hombros callosos y velludos se estremecieron ante los golpes. Incluso en el patíbulo hacía reír a la audiencia. Un sentimiento de desaliento amargo y profundo le cubrió. Le llovían injurias, imprecaciones, silbidos, risas y piedras. Su rostro no mostraba vergüenza ni pudor, estaba lejos de la sociedad. La cólera y el odio se traducían en su única mirada. Su rostro se volvió impasible, sin lectura e interpretación.

El monstruo suplica un poco de agua y sólo Esmeralda se apiada; él a cambio le dedica una lágrima: «Una lágrima por una gota de agua». Quasimodo enamorado es tan ridículo como su propio rostro. La muchacha de cabellos trenzados adornados con cequíes sólo puede amar a Febo.

Aquel pobre huérfano enamorado ¿qué opción tiene?, si por una gota de agua ha entregado el corazón. «Es que la pasión es más ciega cuando no tiene consciencia ni conocimiento de sí misma». Alguna vez quiso declarar su amor sin condiciones, «pero su amor era indecible, ni piedra ni animal». Mientras Esmeralda estaba condenada a la belleza del capitán. Sólo, entonces el jorobado miró con profunda amargura la felicidad que la belleza podía producir y comprendió en su desdicha la oscuridad que le había cubierto: los hombres no pudieron arrebatarle la capacidad de amar.

Sólo dos personas se disputaban el dominio de su corazón: el arcediano y la gitana. A los dos los quería, pero la pasión de uno había asesinado a la otra y Quasimodo comete su último crimen, empujando al arcediano sobre el abismo. «La tragedia es la mayor de todas las locuras».

La muerte de un monstruo es nada. Aquel despojo humano unido para la eternidad al cuerpo del amor, se volvió polvo. Quasimodo apasionado rebasó sus propios límites.

(AMR, 2013)

*Publicado en: Revista Sinfín, no. 1, septiembre – octubre de 2013:  http://www.revistasinfin.com/ensayos/el-amor-y-otros-monstruos-quasimodo/


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