Una presentación más que bien merecida al escritor zapoteco Javier Castellanos, quien es poeta, crítico literario, cuentistas, articulista y novelista. Añadiría, filósofo.
La presentación al Mtro. Javier Castellanos, fue en el ciclo de Protagonistas de la Literatura Mexicana, por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, en el Palacio de Bellas Artes, sala Manuel M. Ponce, el día martes 20 de agosto, a las 19:00 h.
Presentamos el escritor Víctor Cata y su servidora.
Lectura de ponencia sobre Javier Castellanos
Ana Matías Rendón
Buenas noches, muchas gracias por la escucha, quiero empezar diciendo que no sabría cómo presentar a tan grande autor, como lo es el Mtro. Javier Castellanos, y la única forma que encuentro es compartirles los motivos de mi fascinación a su legado literario, filosófico y social. Dejaré a un lado la biografía, los premios, los títulos de sus libros, todo aquello que otros sabrán enumerar mejor que yo, para centrarme en su Palabra, porque, además, las circunstancias nos los exigen.
Sé que estamos aquí para hablar de literatura, de las novelas, los ensayos, la poesía de Javier Castellanos, pero es que, con el mote de “Literatura Indígena” se esconden grandes raudales filosóficos y no quiero dejar pasar la oportunidad de hablar sobre las reflexiones que nos deja en sus obras. Lo han dicho, los maestros Juan Gregorio Regino, Jorge Miguel Cocom Pech o Manuel Bolom: la literatura indígena es filosofía, contiene la sabiduría de los pueblos originarios. Aquí, por lo tanto, deseo mostrar dicho camino.
Pero ¿cómo compartir la palabra del Maestro, que no sea, siendo críticos y ahondando en los abismos de las líneas de la llamada “literatura indígena” o “literatura en lenguas originarias”? Por ello, quiero hacerlo desde una postura crítica que nace del mismo autor. Podemos estar de acuerdo o no con el planteamiento del maestro, incluso sentirnos incómodos, pero lo que es indudable es que provoca las reflexiones.
Tomaré de pretexto su libro Dxiokze xha … bene walhall / Gente del mismo corazón (2014). Una novela situada en el siglo XIX, en la guerra independentista.
La novela, si se me permite decirlo, está presentada a manera de diálogos filosóficos. No le pide nada a las reflexiones del pensamiento clásico, a Platón, Rousseau o Sepúlveda. Esta filosofía responde a la práctica común entre los abuelos y sabios, a los más jóvenes de la familia o la comunidad, a un diálogo que se da en el camino, en medio de la jornada laboral o en una tarde de confidencias. Ésta es una filosofía que camina, que se hace en los caminos, entre las conversaciones.
El diálogo filosófico o, mejor dicho, la filosofía del diálogo que proviene de los pueblos originarios se manifiesta en una novela que intenta recuperar voces antiguas y crear una puerta con las inquietudes del presente.
El diálogo requiere de un lenguaje que puede ser entendido por quien sabe escuchar. Alguien atento, alguien preparado, pues como dice el padre Amos, uno de los personajes de la novela: “la palabra sube, baja, golpea, escarba, hay que tener cuidado con ella”. Los entendidos podrán recordar a los filósofos en el ágora de la época de la Grecia Antigua para compartir sus inquietudes, o a Sócrates de camino a algún lado, mientras alguien lo interrogaba y la pregunta se le devolvía al acompañante, para que el maestro griego, hiciera parir sus ideas. Pero la filosofía de los pueblos y, específicamente, la del maestro zapoteco, se desarrolla entre las veredas y caminos agrestes de la sierra, entre las preocupaciones que provocan la avanzada militar de una sociedad que pretende controlar sus vidas.
En este punto, ¿cómo hablar de nación cuando el conflicto entre culturas es una constante? Miguel Aldón, Guere Xhilha, protagonista de la historia, nos lleva por las cavilaciones que no se zanjan tan fácilmente. ¿Cómo se manifiestan los intereses grupales? Cito: “Estas tierras ya son de mucha gente y por eso deben tener siempre presente el “nosotros” y el “ustedes” dijo el judío errante, Donatanasio, un hombre que escapaba de dos mundos al que no pertenecía, al de los españoles e indígenas.
La novela comienza con las reflexiones de Guere, y disculpándose por la forma en cómo va a contar su historia, conforme avanzamos en los acontecimientos, no es difícil pensar en la filosofía de la historia y la historiografía, para anotar algunos apuntes: ¿quién escribe la historia? ¿A quién va dirigida la historia oficial? ¿Cuáles son sus fines? Y esto no es fortuito, se ha creído malhadadamente que los pueblos no tienen historia, cuando en realidad, una sociedad que se jacta de multicultural no la ha tomado en cuenta, claro, por múltiples factores.
¿Qué es esta nueva nación que nace en los albores del siglo XIX? ¿O deberíamos decir “naciones”? Así, en plural. ¿Cómo se transforma un pueblo? Las relaciones de poder están en tensión constante y múltiple. La historia de una comunidad bien puede ser pensada a profundidad como una historia de las mentalidades o una historia de las ideas.
Sobre todo, eso que llamamos novela histórica, en la literatura indígena, tendrá que ser revisada nuevamente. Esta no es una contra-historia ni una historia de los otros, es la historia de un pueblo con voz propia, la del pueblo zapoteco. Hay que volver a revisar las “novelas históricas” del Maestro Javier Castellanos y detenernos en los guiños que va dejando, pues entrelazan las historias de los pueblos; revisar su novela Gaa ka Chhaka ka ki / Relación de las hazañas del hijo Relámpago (2003), es mirar desde otro espacio-tiempo el relato de Amos, de quién conocemos su vida en Gente del mismo corazón. Las situaciones de los pobladores se van entrelazando con la ficción, es cierto, pero también son la puerta para las reflexiones de situaciones que han dejado de ser exclusivas de un tiempo y espacio preciso. Las situaciones son atemporales, porque son los conflictos de ayer, hoy, y ¿acaso del futuro?
Guere, durante la turbulencia que deja la guerra de independencia, sentencia: “luego todavía hay que dar para los revolucionarios, antes era para los españoles” (311), hay que decir: porque el poder sólo cambia de nombre, pero son los mismos los que tienen el control. Ahora lancemos la pregunta maliciosa del día, actualmente, ¿para quién son los tributos? ¿Los pueblos pueden decidir sobre sus recursos? Lo hacen, sí –algunos–, pero es por medio de la lucha, nada les ha sido concedido de buena gana. El Maestro indaga sobre las desigualdades que deja el sistema de dominación, entre el Estado y el Pueblo, pero igualmente inquiere la desigualdad entre las personas del mismo pueblo.
La Filosofía política es una de las actividades más longevas en Latinoamérica, pero tardó en considerar a otros grupos diferentes a los criollos y mestizos para recapacitar en la manera de conducir la nación. Igualmente, en Occidente, el derecho de gentes ha sido un tema que ha estado presente durante siglos, pero sin considerar con efectividad a los que están fuera del centro de poder. Rousseau ya había advertido el origen de la desigualdad entre las personas cuando señaló que un hombre indicó “esto es mío” y los demás lo creyeron.
El derecho de gentes, entre los pueblos indígenas y los estados nacionales, entre los dominadores y aquellos que no se dejan dominar, entre personas y pueblos, se vuelve muy truculento. Bien señala el Maestro a través de la voz de Guere, cuando en la reunión de la Cofradía de los Cinco, dos pueblos se disputan la tierra que unos han tenido por miles de años, pero que otros sustentan un papel dado por las autoridades extranjeras: “Cuando se conoce la vida que lleva la gente que pone a trabajar a otros para que él coma, es cuando se puede decir que esto que nosotros decimos “bienestar” es un error y que mucha de nuestra vida desde entonces anda en un error. Porque esto de decir hasta aquí es mío, mientras el otro, el que está al lado también dice lo mismo, es porque alguien sembró esa mala semilla, y tienen culpa nuestros padres al no haber intentado arrancarla, es la herencia que seguimos cargando, y que está haciendo que nos peleemos entre nosotros”.
Encontramos también una crítica, de las que algunos defensores de la decolonialidad, podrán observar las implicaciones por una forma de pensar que se implanta e invade cada uno de los aspectos de la vida. Nadie se sienta aludido, pero todos pueden acomodarse en sus asientos sin que nadie les reclame nada; el compadre de Guere, Nton Bia, sentencia, después de escuchar cómo algunos zapotecos creían al pie de la letra lo que el sistema imperante del virreinato los había hecho creer: “No es así, mi gran hermano, ese es el pretexto que usan, y tú ya piensas como ellos, es su pensamiento el que mueve tu boca, porque ellos son los que dicen que sólo lo suyo vale y lo de los otros no vale; quisiera yo utilizar un idioma que a todos nos permitiera entender cuando digo que ya ni ellos son conscientes de que así es su pensamiento” (256). Y en este sentido, la crítica al sistema educativo para moldear la forma de pensar se asoma como un mazo que no pretende errar en el golpe: ¿cómo educar a las nuevas generaciones? ¿cómo luchar en contra de un sistema imperante?
La filosofía de la religión también es un asunto espinoso que no se debe dejar pasar; dice nuestro protagonista: “Nosotros que lo hacemos, sabemos que esto no es malo, no es cierto que tenemos a alguien omnipotente a quien llamar, como hacen ellos y que creen que es lo mismo lo de ellos con lo nuestro” (290). Efectivamente, son dos formas de concebir lo sagrado desde perspectivas, prácticamente, opuestas, pero que la cotidianidad y los siglos han hecho que se complementen. Y de pasada, se lanza contra aquellos que traicionaron a los suyos en nombre de la “fe”: “lo que se dice que hacemos son mentiras de los delatores por el premio que creen que van a recibir, engañados por la religión del patrón” (290).
Y finalmente, la epistemología y filosofía del lenguaje. La lengua sirve para comunicar, para comprender el mundo, para representar y configurar el mundo que construimos socialmente, pero… aquí viene lo bueno: ¿qué importa designar un nombre si no responde a la realidad experimentada? En la reunión en la que se cambiaría el nombre de la Cofradía de los 5 pueblos zapotecos y, que además, ponían sobre la mesa los conflictos surgidos entre españoles y criollos, Xhua Lao, de Guiolina, dice: “como se llame nuestro grupo o qué está pasando más allá, eso no resuelve nuestro problema […]”, pues ¿cómo suponer que aquello que sucede más allá de nuestras fronteras puede estar por encima de nuestros intereses, más cuando el pueblo tiene su propia historia y conflictos? La influencia de los otros pueblos y naciones es indudable, lo erróneo es suponer que las llamadas “minorías”, “dominados”, “pueblos”, no tengan sus propios intereses. Aún mejor, como señala Guere: “a quién le iba a importar el nombre de algo que ni bien se conocía” (322). Una palabra para cobrar significado, tiene que ser compartido por otras personas, por la sociedad. Nombrar es un acto de posibilidad de sentido, por lo cual, su carencia, es un acto vacío.
Por lo anterior, es que el Maestro Castellanos es un filósofo que incomoda, un sabio que apremia a la reflexión. Es quien tiene la palabra. Y su palabra no siempre es una flor de dulces aromas, sino de espinas que inoculan el malestar.
Así que cuando hablemos de literatura indígena, corramos entusiasmados a su encuentro, habrá quién nos detenga en el camino y nos sacuda, quién nos haga reflexionar sobre los nuevos escritores indígenas, los políticos indígenas, los movimientos sociales, los aliados que idealizan a las sociedades indígenas, haciendo que nos preguntemos ¿qué estamos haciendo? ¿Qué significa esto que estoy leyendo? Esa persona es Javier Castellanos.
La Literatura Indígena es también Filosofía.
Deseo terminar con un fragmento del poema “Si por mí fuera” del Maestro:
Si por mí fuera todo lo dejaría tal como está…
Pero por mis hijos hoy digo:
Mientras tenga pies y manos
¡Pelearemos por nuestra tierra!
Comparto la fotografía al respecto del homenaje al Maestro Zapoteco, Javier Castellanos, en La Jornada: