El camino se extiende largo, en una continuidad sin fin, bajo un sol de piedra que registra un tiempo profano, cuya naturaleza se desvela entre las bifurcaciones. Hugo Verani es el caminante que se sitúa en medio del poema Piedra de Sol de Octavio Paz, como si estuviera en un bosque; para donde gire, lo internará en una encrucijada, pero semejante a cualquier errante sigue el atajo que el poeta le invita a seguir, como Virgilio guía a Dante, pero la amada que busca son todas y una: una divinidad que se disuelve entre las palabras.
El título del libro es una insinuación, Octavio Paz: del poema como caminata, aunque la transición llega con el ensayo –objeto de estudio de esta letrilla– en el que el camino ya se anuncia andado: “Por los caminos de la memoria”. Un delicioso juego, no por pueril, sino por el ejercicio creativo que puede representar la escritura: hacer de una estructura una imagen o, mejor dicho, evocar una metáfora.
Dos imágenes corren paralelas: el camino que Verani recoge en Piedra de Sol, en el que se enlaza con el fluir del río, y el del propio ensayista, cuyos pasos se internan en otro espacio; el poema es como un bosque, los versos como las ramificaciones del sendero y el crítico un montero que va tras las huellas dejadas en la broza.
¿Qué hace a Verani diferente a otros críticos de Octavio Paz?
Cada párrafo es un paso, una descripción de los temas, ¿qué lo hace diferente a otros escritores que también avanzan cautelosos con la marca del parágrafo? La propuesta crítica que une la forma con el fondo para mimetizarse con el poeta, a la vez que crea un nuevo cuadro. La disposición de los caracteres visuales, del símbolo del caminante de las letras y del eterno retorno rescatado del lenguaje del poeta, condicionan el ritmo:
un sauce de cristal, un chopo de agua,
un alto surtidor que el viento arquea,
un árbol bien plantado mas danzante,
un caminar de río que se curva,
avanza, retrocede, da un rodeo
y llega siempre
El ritmo es el del agua que fluye entre los contrarios, postulado de los antiguos misterios y de Heráclito “el oscuro”, que el ensayista nos recalca y nos marca como el caminante que se interna en el bosque, para mostrarnos uno de los seis ensayos extensos de Paz, un sendero de largo aliento, el cual no sólo resulta de un mero andar, sino del discurrir de los pasillos del poeta, del corredor de la memoria, del tiempo de las reflexiones, por los caminos de la memoria:
“Para él, escribir poemas es una suerte de peregrinaje interior cuya esencia, parafraseando a Villaurrutia, está en el camino no en un destino final (1975, 836); su poesía –y en particular Piedra de Sol– testimonia una errancia sin fin, el caminar incesante de un yo en busca del reencuentro con la última del ser, un regreso al principio de todo”.
“Errancia” se convierte en un sustantivo provocativo, no es el errante ni el verbo “errar”, sino una propuesta que pone énfasis en el acto mismo en el que se unen, uno y otro vocablo, que produce la mediación expresiva de las variaciones del tiempo del caminante, de las experiencias de un yo que es poema: “Paz convierte la experiencia personal en visión del mundo y ésta se vuelve imagen, poesía”. Por ello, como señala García Ponce –en cita de Verani– el poema de Paz: “es el producto de un nuevo viaje por el círculo de la experiencia”.
Un yo en busca de sí mismo:
“el discurrir lírico compone un relato, un viaje por la memoria hacia una reconciliación del yo, consigo mismo y con los ciclos naturales, del otro lado de la realidad sensible, utopía recurrente en su pensamiento poético”.
Este viaje difiere de aquellos trotamundos que han tenido que buscarse a sí mismos, superando el obstáculo que el Oráculo les reveló, pero del que se desprende. El viaje mítico para encontrarse, en el que ya no se vuelve a ser el mismo, es moderno. El viaje mítico es el del yo cartesiano, que surge entre las meditaciones y sigue el método de la duda de sí para tener conciencia de su propia existencia.
Sólo que el poeta sigue una incertidumbre poética: “el yo se corporiza en el texto e impone un ritmo peculiar al poema, marcando un camino andado/camino desandado”. La materialización física del poema es el camino que el crítico encuentra, en el que la búsqueda es la reconciliación de la peregrinación del poeta, porque se redime en el instante amoroso.
El fluir se muestra como el proceso circular: “Todo corresponde, todo vuelve al comienzo”. La armonía entre los elementos diferentes que el poeta enumera, en una estructura dialéctica, pero no hegeliana, sino la que proviene de la filosofía antigua hindú[*] la que hizo nacer a la filosofía oriental y occidental; no es la que dicta: “superar los contrarios”, sino la que dice: “asumir los contrarios”.
De ahí que la mujer tome diversas formas y se funda con el hombre-poeta, que sea los elementos de la naturaleza, el Kosmos, donde la armonía se gesta en el ritmo del agua: “el vaivén tan característico de la poesía de Paz”.
Dos tiempos se unen, la secuencia del Universo y los caminos de la memoria: movimiento continuo: “El caminar del río que se curva, avanza, retrocede y llega siempre, es desplazado por el andar de un yo que rememora o inventa instancias personales”. El caminar va abriendo sendas, caminos sinuosos, sin embargo, cabe precisar que quien está abriendo la senda es el autor, que se interna en el bosque de la poesía de Paz: “Este vivir sin rumbo deja traslucir una errancia espectral, el desamparo que caracteriza no sólo a la voz poética de Piedra de Sol sino a la cultura moderna”.
La errancia que nace de un deseo de descubrimiento, como el sujeto moderno que descubre las tierras americanas e instaura una subjetividad de alcances totalitarios, pero el poeta a diferencia de los viajeros europeos hace un desplazamiento diferente, porque la escritura es desplazamiento. Verani nos descubre a su vez, que la escritura es un camino que se construye en el poema.
Entonces el yo cobra mayor esplendor, ¿es el poema la escritura de sí?, ¿de la escritura que se disuelve en un sujeto lírico como Beckett es un sujeto que se disuelve en lo narrativo?, ¿O, tal vez, la imagen que nos proyecta Verani es un ensayo que se pierde en las invenciones de un yo que narra para sí, al estilo de Montaigne en “El ensayo como experiencia de sí”, de las divagaciones de Rousseau o de Petrarca o más cercano el Caminante de Thoreau?
El tránsito que propone Verani, no surge de la experiencia personal, pero es una escritura de la conciencia; sigue la experiencia del poeta y se funde con ella, sin embargo, toma distancia para recordar que es la conciencia de otro la que está de manifiesto en los versos y la que él sigue. Nos revela más que la escritura de su propia conciencia, nos muestra cómo el cuerpo se hace escritura:
“El viaje por el cuerpo de la amada permite recobrar la intensidad de lo vivido y deseado; conecta, asimismo, con el acto de escribir”, porque el viaje del poeta deviene en pisadas sobre el cuerpo de la amada que también es cosmos: “el cuerpo femenino es río, bosque, plaza soleada…”
Luego nos hace peregrinar por “calles y cuartos: lugares de tránsito”, por el espacio urbano que la memoria del poeta evoca por los recuerdos, así, se comprenden los espacios que el poeta va creando en su paso: “Caminar es una metáfora de la búsqueda y, a la vez, de la escritura; escribir equivale a caminar, a peregrinar por la memoria y la conciencia, por un cuerpo y por el mundo”, por ello, nos recuerda las palabras de Paz: “El camino es escritura y la escritura cuerpo”.
De este modo se anudan las formas del espacio y las formas en la escritura del cuerpo. Frente al espacio y dentro de él, Verani nos muestra al poeta, en un caminar desde la gramática, reflexiona sobre el acto de la escritura dentro del poema mismo: “El caminar representa, ante todo, un transitar sin fin por la memoria y la imaginación”.
El poema es un sendero de bifurcaciones, en medio del bosque. El ritmo de agua en los versos le da la pauta que debe seguir en su análisis.
Así como el poema cambia y muda entre las llamas, el crítico se transforma y desea ser llevado por el poeta mediante la concepción cíclica del tiempo, por ello, retorna al centro original de Piedra de sol, donde “los pasos del yo por los laberintos de la memoria en busca de un amor duradero en una estación menos violenta revelan, en última instancia, un modo de habitar el mundo, de vivir poéticamente”. El ensayista es obligado a regresar al punto de partida, como todos somos obligados a seguir las huellas del poeta, porque los caminos de la memoria serán transitados, una y otra vez.
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[*] Aunque Paz fue a la India, años posteriores a la publicación de Piedra de Sol, no significa que no haya conocido su filosofía.
- Manifiesto
- “Visión de Anáhuac” de Alfonso Reyes
- “La intelligentsia mexicana” de Octavio Paz
- Tres ateneístas
- “Ramón López Velarde” por Xavier Villaurrutia
- “Por los caminos de la memoria” de Hugo J. Verani
- Orozco por J. Fernández, X. Villaurrutia y J. Cuesta
- “Ramón López Velarde: ‘Me asfixia, en una dualidad funesta’”, de Carlos Monsiváis