“De esas profecías vencidas hago este libro…” [1]
Vargas Vila
¿Es momento de las lamentaciones? Leer a José María Vargas Vila nos deja esa sensación, pero también su escritura quebranta la palabra.
El poeta inscribe del pasado nuestros lamentos actuales:
Hora de las desolaciones y, de las lamentaciones;…
ellas, llenan el Mundo, como gritos de profetas, sepultados bajo
las ruinas de los templos, sobre cuyas murallas profetizan.[2]
Es el tiempo de las lamentaciones que transitan por nuestras bocas añejas, humo de escritura que se impregnó en los pulmones y ahí se quedó, como enfisema, enfermándonos; murallas que no se han derrumbado más que en el sueño profético del poeta: “ese gemido sigue llenando el mundo”.
El presagió como subtítulo: “El Yanqui: he aquí el enemigo” y bien podemos decir: “El Yanqui: el enemigo sigue aquí”. Por ello, tomaré prestado sus versos para instigar al pensamiento y con el pleno propósito de desempolvarlo del mal amor, porque es el poema donde las desilusiones no son más que pólvora de cañón. Mis ramas crecen paralelas a sus versos, aunque los tiempos parezcan divergir.
Vargas Vila escribe, en el siglo del romanticismo, valentías y razones confusas sobre el porvenir que nos alcanzó, en el que la patria –y por extensión en el tiempo, la nación– es nuestra prisión, dice en el Lirio negro: “[…] la más cruel de todas las prisiones: / la PATRIA”.[3]
Tal vez, por ello, Unamuno señaló que la flor conoce la congoja, aunque en los versos del colombiano no traiga los ecos de risa. Por el contrario, señala Juan Carlos González: “La nación sería un lugar yermo que produce un dolor que ni la morfina puede mitigar. La patria sería sinónimo de prisión y muerte […]”.[4] El vacío no tendrá fin para el profeta, quien viajará por Europa sin encontrar asidero, tal como se recorren teorías y, en ambos casos, nos espera la patria/nación.
Las lamentaciones son la tinta del escritor, contrario a Biófilo Panclasta, quien encuentra el destino de la vida en vivirla y, en la queja, la debilidad, Vargas Vila nos sumerge en un estadio de dolor y llanto, a preguntarnos ¿cuándo nos cansaremos de las lamentaciones?, pero también a notar un punto de quiebre, en el que la muerte y el dolor son el destino:
“¿quién consolará al Hombre sobre la tierra, en esta hora de Dolor, en que todo, hasta las lágrimas, ha perdido su prestigio?
¡llorar!…
y, ¿para qué?”[5]
Vargas Vila escribe desde la derrota, esa hora trágica en que se convierte la huida, pero es la misma hora en que se recuerdan los días felices y se atropella con la lengua a quien deseamos culpar por odios que no están en ellos. Huir tiene una desazón para el alma, sólo que a veces huir no es tan malo, como pretendidamente se puede creer; algo tiene la huida que es un punto de inflexión contra uno mismo.
La inutilidad de las lágrimas y de los lamentos ha envilecido a la tierra, sólo morir es “fecundo”, nos dice el poeta; habría bien en recordar que hay muertes estériles y otras que regocijan, o ¿será que estos tiempos nos obligan a puntualizar las diferencias? La cuestión sigue siendo válida en la actualidad ¿para qué llorar si el destino está en las personas?
El poeta insiste: “dioses inútiles, incapaces de protegerlo”; estos dioses se han vuelto conceptos: justicia, democracia y equidad, ¿estamos complacidos con poco más que palabras seductoras de dioses mortales, acaso sin comprender que pueden ser vencidos?
Vargas Vila arremete contra su dios: “ese Dios, en cuyo nombre se han cometido tantos crímenes” [6] y nosotros podríamos hacer lo mismo: ese dios de la democracia, en cuyo nombre se han cometido crímenes, fraudes y justificaciones ad-hoc, con todo y su Templo de la Justicia y horizontes limitados, ambos ebrios de sangre, por los cuales la muerte sigue siendo fecunda, así, si “Dios ha desertado del Cielo”, es lícito suponer que los hombres han desertado de la justicia.
El profeta nos arrastra a ver nuestra época con mayor crítica, dejando las ideas de triunfos en los versos decimonónicos que fracasaron para mostrarnos que la finalidad se encuentra en otro lado. Los esclavos imperiales del Rhin, nos dice, ¿no se han apresurado a deshonrar las victorias? Tal vez, la finalidad está en la funcionalidad, ¿en los equilibrios, más o menos, funcionales de las relaciones sociales de las diferentes sociedades que convergen en la territorialidad que malhadadamente hemos llamado nación?
Con la idea del triunfo cabalga la libertad, además de la valentía, conceptos casi diluidos, en el que la muerte –destino fatalista pero real– nos tambalea para exclamar: “César, los que van a morir te saludan” o murmurar: “Troya, también verá su último día….”[7].
La crónica poética repite sin descanso el destino de Estados Unidos por atracar a los pueblos débiles, de las súplicas a Europa y el arengo a la América del Sur para que despierte de su aletargo y se lance a la lucha, va en busca de la grandeza moral y trascendental. Así una luz se abre en sus lamentaciones:
sólo la palabra siembra la Vida; ella crea, ella vivifica, y, ella salva;
el verbo, es Vida;
he aquí por qué callar es un oprobio;[8]
La palabra y el verbo pierden sacralidad religiosa. En la Tierra es acción, por ello, condena al silencio. Contra la esterilidad de la vida y el silencio de la muerte, la respuesta es la palabra que condesa la vida:
Hay una palabra que condensa la Vida, y, la llena toda: el Dolor;
y, hay para el hombre de pensamiento, a quien las multitudes
están habituadas a escuchar, una forma indudable de ese deber; la de
hablar alto y, sin miedo, en las horas trágicas de la Historia;[9]
Ni las lágrimas ni el dolor son cosas simples. Vargas Vila postula a su sobre-hombre, con el hombre del pensamiento y su deber heroico para rescatar la tierra (la patria ha roto las fronteras, el propósito del hombre debe ser más alto), por ello, sus contemporáneos son despreciables, ¿acaso los nuestros, no? Personas sin acción que: “cuando se habla de conquista sus hombres de Estado ríen… eso los libra del trabajo de pensar”.[10]
La crítica lírica de la América Latina saqueada y olvidada por Dios, compara la conquista con la doctrina del pillaje de Estados Unidos, mas ahora tendríamos que decir que el capitalismo ha difuminado al país, pues rompió las fronteras: “hoy el mundo es cartaginés; sí, porque es Sajón; / hoy el alma latina está vencida”.[11]
El círculo vicioso del eterno retorno es parte de la fatalidad del poeta, pero es inevitable observar cómo en diferentes tiempos y pueblos, mientras un monstruo devora todo a su paso, los aldeanos duermen. El poema toma tintes apocalípticos, desesperados quizá:
“y, el conquistador avanza, entre el silencio y, el elogio de lo
diarios latinos, indiferentes o abstraídos en el problema diario de su
sociología parroquial;”[12]
Y las prescripciones caen del cielo para, en una nueva patria, la consigna sea: “hacer ciudadanos y, soldados”. Así los versos devienen en acometidas que tiene la esperanza de que las personas que son pueblos se levanten, enfrentándose cóndores contra águilas, el sur contra el norte. Las arengas poéticas cierran las posibilidades: “o armarse ante él, o sucumbir bajo él”.[13]
Por lo que grita: “¡es tiempo! ¡es tiempo!…”, bramido que nos recuerda que Nuestra América lleva demasiado tiempo preparándose para enfrentar a los tártaros feroces, y seguimos diciendo: ¡es tiempo, es tiempo!, sin atrevernos a cortarle los brazos al imperio que ha crecido desmesuradamente para que no nos resulte más fácil que antes las acciones de libertad. Sus preguntas, sin embargo, nos hieren en el presente:
¿cómo alzarnos, cómo organizarnos, cómo defendernos, ante estas avanzadas de hoy, débil anuncio de las que vendrán mañana, para despojar, anonadar, y, extirpar nuestra raza vencida, sin fuerza y sin cohesión?
¿cómo prepararnos para resistir y, para vencer ante esta alba profunda –alba de sangre– ante este enigma de fuego, que nos cerca, poniéndonos el pavoroso dilema de: Luchar o abdicar; Vencer o desaparecer? [14]
La identidad salta irreductible, América Latina ¿es realmente latina? El profeta lo niega: “no somos una raza, somos un turbión de razas, una como barra / forjada por el oleaje fortuito de una marejada de pueblo”.[15]
Golpea, en una lanzada que bien podría recordarnos a Quijano y la colonialidad: “no somos latinos; somos latinizados”. Ni bárbaros ni civilizados; agrega: “somos pueblos en gestación”, pero habría que corregirle para indicar: pueblos en definición. Si no somos razas diversas, ¿entonces?, el poeta indica:
“en América hay gente blanca, gente india, gente negra, pero no
hay una raza blanca, raza india, ni raza negra;
no hay sino la raza –nuestra poderosa raza tropical–, hecha de
todas las variedades humanas que han entrado en la conformación de
ella;
de ahí nuestra asombrosa y, oculta potencialidad orgánica para lo
porvenir;”[16]
El problema lo remite a los orígenes, en el elemento étnico, el cual también es la esperanza. No obstante, se nota el desprecio por aquellos a quienes no puede ni mencionar, la raza aborigen:
su abominable indolencia, ante el peligro real que los circuye…
¿es el fermento de la raza aborigen inerte y fatalista, el que los sume en este síncope de sueño en la Eternidad, que semeja una muerte real?…[17]
Una acusación recurrente del siglo XIX que hoy se ha convertido en el estandarte de la nación multicultural, pero una sentencia sigue en los labios de las murmuraciones que no se ha quedado en la época de las luces: “toda grandeza se ha refugiado en el Pasado…”. Los aborígenes del presente son limitaciones para el destino:
yo, no sé lo que pase en el corazón inculto de esas selvas de
hombres, sobre los cuales, la palabra, no tiene ya poder, y, nada, ni el
recuerdo de la muerte puede despertarlos a la Vida;
y, sin embargo, lo único que hay de heroico, lo único que hay
grande allí, es la Muerte[18]
La idea de “raza” e identidad cobran un nuevo matiz para el profeta colombiano: “no somos una raza latina; pero, somos naciones latinas”, versa para que todos nos unamos en contra del enemigo, y los versos toman fuerza, el destino se vuelve benevolente: “el porvenir, es la emboscada; / entrad en él…”.[19] La gran lamentación sigue cansándonos, nos instiga a cuestionarnos: ¿cuánto tiempo más?
ese espectáculo canicular, cansa nuestros ojos, estraga nuestros
sentidos, usa nuestros nervios, y, nos llena, más quede Tedio, de una
mortal fatiga;[20]
Es claro, cuando nos cansemos de los crímenes y dejemos de murmurar para alzar la voz:
no es la Providencia, quien destruye los imperios; son sus
crímenes;
el destino se llama Justicia;[21]
Las lamentaciones terminan en el número XXI, número prodigioso, donde también finalizan las profecías de Vargas Vila, lo cual nos indica que no es el profeta de Colombia, sino de Nuestra América, no sólo por sus cuantiosas reuniones históricas, sino por su visión unitaria. Tenemos la experiencia que nos separa a un siglo de distancia, pero sus versos siguen produciendo eco:
el primer síntoma de los pueblos en decadencia, es su
imposibilidad absoluta de producir grandes ideas;
y, la señal definitiva de su desaparición, es la impotencia de
producir héroes capaces de morir por ellas…
¿quién se alzará del fermento de estos pueblos en
descomposición?”[22]
Más allá de que Vargas Vilas genere un “contradiscurso profundamente contestatario”,[23] se resalten sus contradicciones humanas o el uso blasfemo de las creencias católicas –como lo indica Gilberto Gómez Ocampo–, hay un campo de escritura sobre la “acción simbólica”,[24] sólo que el objeto de conocimiento no es el ya generado, sino el que está por generase e incluso el que se está generando en el momento en que se escribe: en el quebrantamiento de la palabra.
La semántica en acción directa con el destino de los hombres, siempre y cuando nosotros nos volvamos escritura, pues cosa fácil es hablar del destino de las personas, pero más difícil es trazarse a sí mismo, no en soledad, sino en colectivo.
La disparidad de escribir en la tierra, de Vargas Vila, surge del deseo por escindirse de cualquier relación con los orígenes, la elección misma es la que lo obliga a llenar el vacío, hundirse en el oscurantismo del cual es paria y, a la vez, su constructor.
Juan Carlos González señala que: “Los dictaminadores no encuentran por dónde asir a Vargas Vila porque el escritor no es parte de la norma; su fortaleza radica en el escape de un discurso que signifique reglamentación y obediencia”.[25]
Hoy día la escritura tiende a endurecerse, el siglo XXI nos conduce a tomar la pluma para pensar los intercambios de las “singularidades”, cosa corriente que ha transformado el “tuyo y mío”, si Vargas Vila escribió desde las lamentaciones, ¿desde dónde nosotros podremos escribir?
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- [1] José María Vargas Vila, Ante los bárbaros: Los Estados Unidos y la guerra. El yanqui: he ahí el enemigo, s/c, Centenario, 1902, p. 12.
- [2] Ibíd., p. 3.
- [3] Vargas. 1998e: 94. Apud Juan Carlos González, “José María Vargas Vila (1860-1933)” en Santiago Castro et. al (ed.), Pensamiento colombiano del siglo XX, Colombia, Pontificia Universidad Javeriana, s/a, p. 320.
- [4] Ibíd., p. 320.
- [5] J. M. Vargas Vila, Op. Cit., p. 3.
- [6] Ibíd., p. 5.
- [7] Ibíd., p. 6.
- [8] Ibíd., p. 14.
- [9] Ibíd., p. 15.
- [10] Ibíd., p. 21.
- [11] Ibíd., p. 29.
- [12] Ibíd., p. 31.
- [13] Ibíd., p. 39.
- [14] Ibíd., p. 44.
- [15] Ibíd., p. 48.
- [16] Ibíd., p. 50.
- [17] Ibíd., p. 10.
- [18] Ibíd., p. 10.
- [19] Ibíd., p. 64.
- [20] Ibíd., p. 89.
- [21] Ibíd., p. 93.
- [22] Ibíd., p. 97.
- [23] Cf. Gilberto Gómez Ocampo, “Secularización, liturgia y oralidad en José María Vargas Vila” en AIH, Actas XI, 1992, p. 259.
- [24] Cf. Guillermo Hoyos Vásquez, “Prólogo” a Pensamiento colombiano del siglo XX, p. 10.
- [25] Juan Carlos González, Op. Cit., p. 327.
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