Esta historia fue escrita en el periodo de “muertos”, o días de muertos, relata la historia de un hombre, “Cruz”, a disgusto con su vida, en medio de las costumbres que se hacen para llevar a alguien al panteón. Una actividad recurrente entre los mixes, cuando se desea hacer daño a alguien.
El asunto consiste en tomar una prenda, cabello o algún objeto apreciado por la persona, para tomarlo y llevarlo al panteón, como si estuviera muerto. Está demás indicar que es un oprobio hacer una cosa así. Peor aún, cuando coincide con los muertos o el ApOk Xëëw (Días de muertos / Festividad de los ancestros).
Así nació este cuento. Comparto unas líneas, si están interesados en seguir leyéndolo, lo pueden encontrar en el espacio web de Ojarasca o compilado en el libro Historias de transición.
Cruz (fragmento)
La mirada en vuelo de un pajarillo recorre arriba y abajo la tierra montañosa. El hombre con los párpados caídos siente cómo la luz rojiza del sol se filtra por sus pensamientos, obligándole a descubrir el cielo azul a través de sus ojos negros que ocultan su mayor temor: “el cementerio”, se repite de manera necia. “Mi ropa estaba ahí… y lo del gallo muerto en la entrada de mi casa, a un día de recibir a los muertos, es un mal presagio… cómo ha podido hacerlo”.
Si su nahual no fuera un jilguero él podría desquitarse, en cambio su suerte se lo impide, el destino que el viejo principal leyó en los frijoles seleccionados con mucho cuidado por su padre, los cuales no sirvieron para nada, sino para que fuera la burla del pueblo.
El triste hombre tumbado bajo un guayabo no puede dimitir: ¡llevarlo a él, a él al panteón, tan flaco y enfermo que estaba, ya para qué!, sin embargo, era incuestionable, había visto su camisa envuelta de tierra, a un día de recoger a su madre…
A la hora del crepúsculo decide dejar sus pensamientos, levantarse, recoger la leña y echársela al lomo; de camino a casa se nubla con las ideas de venganza irrealizable hasta que divisa al culpable y percibe una ligera sonrisa socarrona.
Publicado en el Suplemento Ojarasca número 223 de La Jornada, Noviembre de 2015, p. 2.