Imagen Contra el despojo territorial

Este texto parte de los últimos acontecimientos sobre los despojos territoriales a los pueblos originarios, especialmente, a los pueblos mayas, con respecto al proyecto gubernamental que intenta establecer un tren que atraviese la región mayense, aunque su perspectiva es desde afuera, las preocupaciones pueden ser muy cercanas, sobre todo, cuando se mira el mapa de los megaproyectos que también afectará a la zona mixe.

Fragmento Contra el despojo territorial

“Si los mayas no quieren por qué los tienen que obligar”.
Palabras de mi madre

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Contra el despojo. Portada de Ojarasca.

En las historias de los pueblos originarios el despo­jo territorial ha sido el problema fundamental de las disputas contra los diferentes tipos de gobierno y la defensa de la propia cultura. Mi madre carece de estudios académicos, sin embargo entiende mejor que muchos estu­diosos y especialistas que existe una lucha por la vida.

Por supuesto, sus conocimientos están avalados por los saberes comunitarios. Se indigna como si la expropiación al territorio maya fuera a las tierras mixes, que dicho sea de paso ya están en la mira y en algunos casos se ha cambiado el régimen de tierra comunal a privada para tales fines. Indignarse, en este sentido, es comprender que a los pueblos originarios los une la desgracia; por ello, permitir la invasión al Mayab es acep­tar la invasión a cualquier territorio indígena.

La invasión tiene siglos, lo sabemos, el asunto es com­prender cómo ha ido cambiando de máscaras. Ya sea en el Virreinato o en el Estado-nación, en un gobierno liberal o progresista, derecha o izquierda, la política ha sido la misma: la reducción del territorio y las personas mal denominadas “indias” para beneficio de una élite, aunque hay un cambio trascendental en el discurso empleado, pues ahora se ape­la a un bien para la sociedad (clase media nacionalista) que tiende a aceptar muchas acciones y es ella la que, involunta­riamente, legítima el proceder de los gobiernos.

Lo cierto es que el incremento de asesinatos a miembros de los pueblos originarios es para que la élite siga viviendo cómodamente.

El tren maya y el proyecto del corredor del Istmo han sido una amenaza heredada de gobiernos anteriores. Así la situación en el sur: las desapariciones son cosa corriente, la violencia es un asunto normalizado; el despojo, una política de Estado. También al centro y norte del país. El problema siempre ha sido el territorio y la propiedad. El liberalismo-capitalismo-nacionalismo por muy izquierda y progresista que se sienta es despojo y asesinato. Es una condición adquirida de los procesos colonialistas europeos. Pero dicha condición no tie­ne por qué ser determinante.

El corredor planeado viene desde los países andinos para desembocar en los territorios zapotecos, atrave­sando el Mayab, aunque realmente los proyectos atraviesan todo el continente.

Debemos pensar en los miles de pueblos amenazados desde la punta sureña al norte, sí “miles”, en los miles y miles de asesinados y encarcelados por defender su territorio, en las tretas gubernamentales, en las limitaciones para actuar en contra, en la forma en cómo devora un siste­ma epistemológico hegemónico y en tantas y tantas cosas en las que no escapan las posiciones de los mestizos y el problema de la ideología nacionalista, así como la pregunta eterna de la filosofía política ¿cómo obligar a los ciudada­nos a cambiar la forma de pensar o cómo le hacemos para transformar sin atentar contra la integridad de las personas?

Dejar seguir el curso de las acciones tal y como se han venido dando es apoyar el genocidio.

También resultan inquietantes las posturas que confron­tan a los pueblos originarios, entre quienes sí quieren o no tal o cual proyecto; por ejemplo, los istmeños se muestran abiertos a los proyectos; los mayas no. Los pueblos nunca han sido homogéneos. No existe, no ha existido, y, tal vez, jamás exista una unidad “indígena”, en gran medida porque se parte de otro sistema epistemológico. Cada pueblo es un sistema epistemológico.

Entiéndase “pueblo” no al conjunto de comunidades que hablan una misma lengua, sino a una entidad con una concepción propia, con sus costumbres, vestimenta, lengua (o variante) y territorio, y el cual tiene mi­les de años y no los doscientos de la “nación”. Por ello, cada pueblo, tiene sus razones para aceptar o rechazar un proyec­to: ninguna condenable, todas respetables.

Desde los Virreinatos cada pueblo tuvo que tomar sus decisiones: adherirse al nuevo régimen, luchar en contra con el riesgo de perder y someterse de mala gana o, bien, ganar y mantener cierta autonomía o, simplemente, negociar. Esto no quita que en diferentes momentos de la historia se hayan unido para formar bloques en contra de los regímenes esta­blecidos, ya fuera en el Virreinato o el Estado-nación, y que en éstos también hayan decidido con quiénes hacerlo, in­cluso formando organizaciones con miembros de diferentes lenguas y culturas, incluyendo a los hispanohablantes, tan es así que para establecer la frontera sur de México fueron importantes las decisiones que tomaron los mayas y los afro­descendientes.

Si ellos no hubieran liderado las confronta­ciones del siglo XIX, la península de Yucatán se hubiera inde­pendizado de México. Los “blancos” tuvieron que adherirse a la “nación mexicana” para poder combatir a los “insurrectos”. De este modo, tal parece, que todos perdieron: los “blancos” el control político; “indios” y “negros” tuvieron que convertirse en “mexicanos”.

Contra el despojo“, se publicó en el Suplemento mensual “Ojarasca” no. 264, La Jornada, abril, 2019, pp. 3-6. Artículo completo en línea en: http://ojarasca.jornada.com.mx/2019/04/12/contra-el-despojo-264-8847.html

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