Imagen gobierno, nación y política, Perón

Apuntes sobre formas de gobierno, nación y política

Apuntes sobre formas de gobierno, nación y política: El Perón del Modelo Argentino y de la lectura de Julián Pérez

¿Cuál es el Testamento Político que hereda Perón al pueblo de Argentina?, ¿qué planteamientos pueden destacarse para Latinoamérica?, ¿cuáles son las líneas críticas a la filosofía política?, y ¿qué consecuencias tiene la propuesta de su sistema político en la idea de nación?, éstas y otras interrogantes nacen de la lectura sobre el “Modelo Argentino. Testamento político de Perón”, del libro Literatura, peronismo y liberación nacional de Alberto Julián Pérez.

El testamento político es el Modelo Argentino, documento que serviría para construir un Proyecto Nacional, anunciado por Juan Domingo Perón el 1° de mayo de 1974, sin embargo, antes de que pueda ponerse en marcha, su autor muere el 1° de julio del mismo año. ¿Qué es lo que tiene de particular este Modelo? Después de dos mandatos y un exilio, Perón retoma el gobierno. Las condiciones sociales y políticas contrastan con los años de 1940 y 1950, sin embargo, la agudeza del General no revira al pasado, sino que está más lúcido para el presente.

Imagen gobierno, nación y política, Perón
Modelo argentino de Perón

Por ello, es necesario preguntarse: ¿se reduce dicho documento a un testamento político?, o bien ¿ofrece un compendio mayor de reflexiones, al menos, en la medida que deja la idea de un ámbito político reducido a esferas elitistas? Basta con revisar someramente el Modelo Argentino para notar que la propuesta es un modelo de conducción ciudadana, un modelo de sociedad y sistema político, un modelo de vida, cuyo eje ético abre fronteras a la conciencia identitaria individual y colectiva, y a los grandes debates sobre la teleología.

Resulta, en este aspecto, ineludible pensar a las tradiciones filosóficas de los griegos: ¿qué tipo de gobierno es el adecuado para la República? ¿Cómo puede hacerse un hombre virtuoso, para que sea un buen político (en el sentido de buen ciudadano)? ¿Cuál es la conducción del hombre frente al mundo? ¿Cómo alcanzar la felicidad?

Y, en tiempos actuales, sin eludir las preocupaciones de Perón, sino para notar su vigencia: ¿qué es y cómo puede plantearse la felicidad ante la enajenación de la política corrupta y liberal?, aún más, ¿cómo es posible si quiera, sin sacar una sonrisa, hablar de felicidad? La felicidad, un concepto arcaico e ingenuo con el que se construyen discursos liberales, lo mismo que los propósitos religiosos y espirituales, o sirven como brújulas para desencaminados existencialistas.

Seamos sensatos, ¿la felicidad puede plantearse sin caer en idealismos fantasmales, en recetas de superación personal u optimismos que nos resignan a nuestras condiciones deplorables de vida? Bueno, pues parece que sí. En Perón nada es más alejado que la superficialidad, en quien se trasluce un asunto serio. Es aquí, cuando el militar y el político, cruzan al espacio del filósofo, ¿o al revés? El filósofo, en el lugar de la conducción política, se prepara para desplegar su última estrategia. Platón podría sonreír ante un hombre que regresa a las grandes preocupaciones de la República: cuál forma de gobierno es la más adecuada.

El hecho es que los filósofos han disertado largo y tendido sobre el tema de gobernar con sabiduría, pero pocas veces han tenido el poder efectivo para ejercerlo. Tal vez, por ello, Latinoamérica ha sido cuna de una filosofía política desenvuelta en los campos de batalla, sin menoscabar a gente que ha participado en las cortes como consejeros de la monarquía europea, excepto que, de este lado del océano, durante el siglo XIX y parte del XX, las reflexiones filosóficas iban a la par de las decisiones políticas.

El binarismo entre la práctica política y el quehacer intelectual resultan, un tanto, más reciente en la historia, sin embargo, profundo en las conciencias ciudadanas.

Perón estaba al tanto del dominio del sistema capitalista y liberal, y en la forma en cómo modula a las personas, la influencia en el adormecimiento de los intelectuales, en las triquiñuelas que producía en empresarios y políticos, la manera en que se aprovechaba de los trabajadores y los mecanismos que generaba para su prolongación. Había que combatir a los imperialismos con inteligencia. Colocarse en una beligerancia directa era entregarse a las fauces del monstruo, y Argentina sería devorada con facilidad.

El Modelo Argentino se postula semejante al arte de la guerra para los tiempos de paz. Una paz, que también se anhela bajo condiciones muy diferentes a la ofrecida por la democracia liberal.

Existen en el Modelo, más que reflexiones que nos llevan por la filosofía clásica o latinoamericana, se esbozan los planteamientos humanistas, las inquietudes de las utopías y ¿por qué no?, un contraste con formas de gobiernos nacionalistas y con sociedades indígenas. Rouquié esboza al peronismo por medio de una herencia a Latinoamérica de ciertas democracias autoritarias; Sarlo, lo lleva por los espacios simbólicos, y Alberto Julián Pérez, por la política como ejercicio de un sistema perfectible.

Las diferentes lecturas de Perón son la muestra de la riqueza en los efectos que ha provocado un hombre. La provocación no significa la disminución de las figuras que lo rodearon, ni menos los protagonistas que se alzaron con las máscaras del peronismo, sino la llave que hizo funcionar una maquinaria, un creador que entregó su obra al mundo y éste hace lo que mejor le place.

El Modelo está dividido en tres partes, el primero trata de la fundamentación; Pérez recalca el ámbito histórico para conducirnos al segundo apartado: la Comunidad Organizada, y tercero, las conclusiones. Voy a destacar un aspecto que, por mi tiempo y lugar, es inevitable puntualizar: planificar el futuro. Un propósito que se ha olvidado. Tal parece que la política se ha vuelto el tratado para la sobrevivencia del presente: “mañana quién sabe qué pasará”, es un lema que puede descifrarse de los trabajadores, cuyas preocupaciones están puestas en lo que comerán hoy. Vivimos una política de nación que muestra la fragilidad constante del “pueblo”, y la fuerza de una clase dirigente.

Por lo que la vigencia, la oportunidad, de cuestionarse ¿qué es la política en Latinoamérica?, cuarenta años después de Perón, se debe a que los países siguen sin encontrar acomodo y, aunque la política es el espacio privilegiado de las reflexiones, muestra que sus fronteras se diluyen cuando, por sus conducciones, afectan las vidas más íntimas de las personas y las zonas más alejadas del centro del poder, pero que repercuten con mayor precisión.

¿Cómo planear el futuro? Perón establece que el resultado debe darse tras un proceso participativo. El Modelo Argentino se presentaría a los trabajadores para que ellos fueran quienes lo reflexionaran, lo corrigieran y propusieran como suyo. La base para planear el futuro son los trabajadores. Luego pasaría a los políticos y finalmente los intelectuales le darían forma.

El proceso sería circular, es decir, después de ponerse en acción se volvería a someter para iniciar el ciclo: “El resultado final debe ser un acuerdo entre lo que se desea, lo que el pueblo quiere y lo que se puede llevar a cabo” (208). El Ejército y la Iglesia quedan en segundo plano: al servicio de la nación, que no es otro que el pueblo. Un pueblo que se identifica como “Argentina”.

Hay que subrayar la idea de “lo que se puede llevar a cabo”, es decir, de lo que resultará posible realizar, pues su idealismo no se basa en fórmulas para construir castillos en el aire o en demagogias bien elaboradas, pero poco aplicables. Es un intento real de provocar la realización de un modelo. Un modelo que sea un ejemplo, pero que no dicta cánones inamovibles; se trata de conjuntar tres sectores coordinados por una sola persona que había construido un primer modelo, es decir, la base, y luego construir en conjunto el proyecto nacional.

Así, el líder coordina u organiza, manda y actúa dentro de los deseos del pueblo: “gobernante, para él, es quien escucha al pueblo, quien lo interpreta y deduce una doctrina” (192). El modelo, por ello, se convertiría en el “manifiesto programático más importante”, y en estricto sentido, en un dispositivo en el que, al morir su creador, pudiera seguir funcionando.

El justicialismo, como doctrina práctica, sentaría las bases de una ética y conducción ciudadana. Perón señaló que el justicialismo no consistía en los postulados de una filosofía política, explicación que no estaba de más cuando la filosofía, como la religión, ha tendido a las prescripciones y cerrado los libros para practicar hábitos muy distintos a lo escrito; así expresa:

“es un método de interpretación de las necesidades del pueblo, en que éste expresa sus propios deseos y objetivos”.

Perón, Modelo argentino, 192

Un método interpretativo de deseos, pues la justicia es un bien común que se va construyendo: una justicia social.

Cabe distinguir el punto de intersección que el filósofo plantea: la unión entre las reflexiones teóricas y la experiencia política, punto que Pérez señala como motivo del estadista y el filósofo político que es Perón. La dialéctica hegeliana (que desarmaría a marxistas) cuya síntesis niega el capitalismo liberal y el comunismo asfixiante, acentúa el humanismo, en donde la persona se realizará en sociedad, en una ética de responsabilidad cívica.

¿Qué es la felicidad en este contexto? La realización del hombre en sociedad, sociedad en la que se podría desenvolver libremente: “en un ámbito de justicia social; que esa justicia estuviera fundada en la ley del corazón y la solidaridad del pueblo, que fuera asumida por todos los argentinos y comprendiera a la nación como unidad abierta, pero consciente de su identidad” (192). La felicidad individual depende de la realización en colectivo, pues la felicidad del pueblo es la felicidad del hombre y viceversa.

El Modelo abarca casi todos los temas: el desarrollo de la tecnología, ecología y medio ambiente, los recursos naturales, la educación, la familia, el ejército, la iglesia, la justicia social, la cooperación, sin delegar los problemas: combatir la inflación, permitir que el ingreso familiar sea suficiente, la defensa de la soberanía, el cuidado del agua, el consumo nacional y la suficiencia alimentaria, las políticas demográficas, y una economía social que respondiera al contexto nacional, asimismo contrarrestar las mentalidades competitivas y las sociedades de masa.

Todo esto en favor de la idea de pueblo, estableciendo una cultura acorde con los anhelos políticos nacionales, en pocas palabras, buscaba soluciones concretas a los problemas vividos, pero sin la base de progreso económico y con el objetivo de la felicidad.

Así la Comunidad Organizada era un lugar para vivir en un ambiente justicialista: “Organizada quiere decir equilibrada, armónica. […] Comunidad Organizada significa comunidad liberada” (197). Los ciudadanos deben representar intereses legítimos y aspiraciones justas para formar una patria justa, libre y soberana: “Gracias a su sentido ético el pueblo crea orden, progreso y asegura el uso feliz de la libertad” (198). La política y la ética se viven dentro de la comunidad. Otro engrane fundamental del Modelo es la solidaridad, cuyo motor sería el amor, así promover la justicia y el apoyo mutuo entre ciudadanos.

Contra la idea de una democracia liberal, Perón propone una democracia social, en donde el pueblo —efectivamente— decida. Una estructura orgánica de participación política, una participación auténtica, dice él, por ciudadanos conscientes de su posición y solidaridad con los demás.

La posición del presidente en este organismo sería la de controlar los factores externos de poder, mientras que la de un Primer Ministro (o Administrador) sería la de organizar las redes internas del país. Las instituciones políticas, como los partidos, tendrían que estar al servicio del pueblo como intermediarios entre las esferas del poder y los trabajadores.

Los empresarios, por su parte, tendrían límites en la obtención de ganancias, constituyendo un bien social al servicio del país y el ejército también tendría funciones de apoyo a la comunidad, no sólo milicianas, pues como parte del pueblo debe contribuir a su bienestar. En cuanto a la Iglesia, viendo que sus propósitos, no serían contradictorios con su modelo, ni pondría en riesgo su posición con otras formas de gobierno, podría seguir coexistiendo con el nuevo sistema.

Perón propone un modelo, cuyas directrices nos insinúan que se trataba de un nuevo sistema de gobierno, llamado “democracia social”, posiblemente un nombre elegido por estrategia y no tanto porque respondiera al modelo; como fuere, hay dentro de su planteamiento la gestación de un nuevo hombre: “Necesitamos —dice Perón— un hombre mentalmente nuevo en un mundo físicamente nuevo” (204).  Si la historia nos ha mostrado que pueden darse otras formas de gobierno, no se ha mostrado tan benévola en cuanto a la posibilidad de la modificación ética de las personas.

Es cierto, que se han cambiado hábitos, formas de relacionarse y paradigmas sociales, pero en cuanto a la eticidad, el asunto se vuelve espinoso, lo cual no significa que no existan sociedades éticas, sino que Europa y Latinoamérica han tenido mayores dificultades para crear las condiciones.

Ahora bien, Perón ha podido percibir que el sistema capitalista y liberal ha modificado las conducciones morales de la sociedad con cierta alevosía, para estrechar sus reacciones al modelo que los oprime. Así que parece posible la gestación del nuevo ciudadano, si los aparatos gubernamentales inciden de forma positiva sobre la conducta. Asunto que sólo es posible dejar abierto, ¿hasta que se consiga establecer un nuevo sistema de gobierno?

Perón está lejos de dejar prescripciones o las soluciones a todos los problemas, su modelo es una propuesta o guía para una mejor vida desde el ámbito político, sin que la política signifique una esfera cerrada de prácticas.

Perón expresó: “Los intereses internacionales no surgieron espontáneamente de las necesidades de los pueblos: los intereses particulares de los grupos de poder los crearon” (apud, 207). Es cierto que el modelo actual surge de los intereses de un grupo, pero también lo es, que se pueden crear condiciones bajo cualquier dirección, el punto es: ¿cómo provocarlos?

Para concluir, me resta señalar que el Modelo Argentino resulta extraordinario en un mundo lleno de demagogias políticas y que, como testamento abierto, su lectura resulta múltiple, por lo que una de estas lecturas respeta al hombre de acción, al que provoca nuevas formas de vivir y reflexiones filosóficas, la otra, se queda incompleta, sin reclamo para el hombre de su tiempo ni para su compilador, sino por las dudas que ofrece la atención a sus palabras y que indaga sobre el desafío para la transformación de la vida, a más de cuarenta años, miles de kilómetros de distancia y el abismo cultural que puede separar a un autor y su lectora, pregunto: ¿bajo qué fundamentos se inscribe una nueva patria?

Si los argentinos son una nueva identidad derivada de su situación histórica particular, entonces ¿cómo defenderla sin menoscabo de otras identidades que defienden su propia comunidad? La pregunta es retórica, ir más allá de la idea de nación actual, necesariamente, no va en contra de la vida de otras personas, significa que “patria” es un concepto que también requiere modificarse como los sistemas de gobierno y la idea de “hombre”.

Finalmente: ¿Perón es el último filósofo latinoamericano en una fila de intelectuales-políticos que gestaron las naciones? ¿Un pináculo que alcanzó a desgajarse en miles de piedras para que otros pudieran vivir? ¿Estamos a merced de provocadores? ¿Cuál podría ser el modelo actual para contrarrestar el sistema neoliberal? ¿Se necesita sólo un modelo? Hay que construir varios, de acuerdo con las “naciones”, sería la consecuencia lógica de la propuesta de Perón, pero la “nación” no es un concepto fácil de definir y menos delimitar su funcionamiento, ¿o sí?


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